El mes pasado tuve la oportunidad de estar en Lima, Perú y coincidiendo con la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes (ASPA), me encontré con el Palacio de Gobierno engalanado con las banderas de los países participantes, menos la de Paraguay.
Entonces escuché decir a una de mis compatriotas: "Mirá, no pusieron la de Paraguay, se merece por golpista..."
Cuadras después me encuentro con la siguiente inscripción:
domingo, 4 de noviembre de 2012
sábado, 3 de noviembre de 2012
La prensa paraguaya y los designios de Bauman.
El inicio del tercer milenio
dinamizó la palabra postmodernidad hasta dotarla de una sensación de movimiento
constante. En esta larga locomotora en que los últimos e incómodos vagones son
los rezagados países en vías de desarrollo, cada pasajero percibe de manera
directa o indirecta los cambios culturales como el clima imprevisible que
ejerce su influencia sobre nuestro viaje.
En
la transición de la modernidad a la postmodernidad los comunes elementos de histórico
desarrollo, como las transiciones políticas y el cambio generacional, han
generado varias interrogantes sobre la función social de los intelectuales a
nivel mundial. Hoy, a cincuenta años de las manifestaciones de Sartre y Camus
sobre este tema, encontramos la distinción del sociólogo polaco Zygmunt Bauman,
consistente en dos tipos de intelectuales: los legisladores y los intérpretes,
quienes como pertenecientes respectivos a los dos periodos citados, son casi
símbolos de su época. De ellos, Eduardo Fidanza nos dice: Los primeros hacen afirmaciones de autoridad que arbitran y resuelven
controversias; sus dictámenes son considerados correctos y vinculantes, y se
legitiman por un conocimiento superior, universalmente aceptado. Los
intérpretes ejecutan, en cambio, una traducción de enunciados entre tradiciones
distintas. Así, se adentran en lo diferente tratando de descifrarlo. Practican
la hermenéutica antes que la autoridad. En sentido político encontramos al
primer personaje inserto en un mundo duro y belicoso, con gran carga de
autoritarismo, mientras que el intérprete pertenece a un época menos rigurosa y
con mayor desarrollo democrático, lo que posibilita la aparición de situaciones
y hasta fenómenos dignos de ser interpretados. Uno de ellos sería la tecnología
y su influencia en la comunicación de las personas, que adosa complejidad a la
vida del ciudadano común.
La labor de
estos dos intelectuales caratulados se debate entre la teoría y la realidad, lo
ideal y lo concreto, el “deber ser” y el ser verdadero, pero sin encontrar un
vínculo práctico entre estos dos campos de acción. Si asumimos que un
intelectual es cualquier persona con cierta formación académica que ejerce una
función laboral a partir de su intelecto, podemos decir que los medios de comunicación
se sustentan en ellos.
Sin embargo lo
que nos dice Fidanza es que la función intelectual no acompaña el vértigo de
los tiempos, y para revertir la situación sugiere que este oficio debe
esforzarse por entender en lugar de
dictaminar. Penetrar en lo distinto y lo nuevo en vez de invalidarlo. Estudiar,
sin prejuicio, las condiciones y tendencias que despuntan. No aferrarse a las
afirmaciones genéricas, si impiden el discernimiento de lo particular. Admitir
las racionalidades diversas, las creencias extrañas, las ceremonias y los ritos
ajenos. Es decir, se debe acompañar los cambios culturales y tener la
capacidad de reconocer nuevos paradigmas.
Enfocando la
cuestión en nuestra realidad cabe preguntarse: ¿es la prensa paraguaya
legisladora o intérprete?.
Tomando como
paradigma la prensa escrita encontramos una gran plataforma donde surgen
manifestaciones de todo tipo: crónicas, editoriales, columnas de opinión,
investigación y hasta páginas de humor que resaltan de manera tragicómica
situaciones de la realidad nacional. A mi entender en estas modalidades
periodísticas se desarrollan en paralelo las dos distinciones baumanianas, e
inclusive en algunos casos se fusionan en una sola manifestación, en un solo “intelectual”
que sigue una corriente ubicando sus ideas en la interpretación de costumbres y
hechos sociales y las normas que las gobiernan. Esto en gran medida puede
encontrar su causa en el descrédito de conocimientos y valores de aspiración
universal, propio de los tiempos en que vivimos.
Por otro lado,
considerando los programas televisivos sin incluir los noticieros, se reconoce
un prototipo de programas de entretenimiento frívolos que se esfuerzan en
interpretar los gustos y preferencias de los televidentes con el sencillo
objetivo de ofrecer el producto que deseen (sin importar su calidad ni
contenido) para venderlo y gobernar el ráting que propiciará un buen flujo
publicitario traducible en ganancias monetarias. No existe intervención
intelectual alguna en este caso, simplemente se trata de una común situación propia
del paso de una economía de producción hacia una economía del consumo.
En cuanto a
los noticieros no puede afirmarse que practiquen un análisis propositivo
suficiente para calificarlos de intérpretes. Se limitan a comunicar hechos,
informar con ánimo fanfárrico y tendencia amarillista sin mucha técnica pero
con capacidad de impresionar a la teleaudiencia. Entiendo que también existen
programas de entrevistas a actores públicos donde se debaten ideas y se
profundizan los temas que ocupan, pero ignoro sus características en detalle
como para emitir un juicio sobre ellos.
Encuentro la
clasificación de Bauman sumamente válida como punto de partida para valorizar
el oficio intelectual, cuestionar su vigencia y realizar una llamada de atención
que permita fortalecer y sobre todo dar utilidad al vínculo entre lo ideal y lo
real. Estos dos estadios deben relacionarse íntimamente para un conocimiento
cabal de una sociedad encaminada a su progreso. Al final, parafraseando a
Barrett, concluyo que un intelectual completo será aquel que además de la
capacidad de su intelecto también tenga sentimientos.
Hermes
Ramos.
miércoles, 23 de mayo de 2012
Apuntes sobre la civilización que ve don Mario.
“Es raro que
haya tan pocos lectores en este mundo, pero
tantas lecturas.
La gente en general no lee por propia
voluntad si son
capaces de encontrar cualquier otra
cosa que los
entretenga.” Samuel Johnson.
Una de las principales distinciones
de la civilización de final del siglo XX tal vez sea su ánimo consumista,
propiciada por una etapa de prosperidad económica que fortaleció las clases
medias a nivel mundial. Se debe resaltar entonces el proceso de globalización
de los años 90, que a partir de una suma de factores políticos y económicos, ha
propiciado un mercado único en lo que se ha llamado una “aldea global”[1].
Este proceso es caracterizado por el hecho de que las empresas y los capitales, superando todas las fronteras y las barreras
tradicionales, se trasladan allí donde más les conviene, donde las condiciones
para invertir y trabajar se presentan más ventajosas y donde exista la mayor
posibilidad de obtener beneficios.[2]
La revolución informática y los avances tecnológicos se suman a este paisaje
postmoderno, totalizando el marco económico mundial que utilizamos como punto
de partida para reconocer a los ciudadanos del tercer milenio.
Todo lo nuevo influyó en el
individuo así como en la sociedad. La cultura occidental encontró mayor
apertura a nivel moral y el ocio hoy es sobrevalorado por la industria del
entretenimiento, que utiliza la publicidad como el bisturí capcioso capaz de
moldear los hábitos de consumo masivo.
Si consignamos que sólo puede
consumirse lo que se produce, se tiende a consolidar la relación oferta-demanda
en lo que puede llamarse el mercado de la cultura, evidenciándose además una
dependencia entre las personas dedicadas a vender el “producto artesanal” y
quienes elegirán consumirlo. Considerando que estos términos parecen aplicarse
más bien a asuntos económicos o de mercadotecnia, tenemos la primera prueba de
mercantilización de las creaciones culturales. Consideremos entonces al arte en
su sentido más amplio, desde las novelas best seller hasta los ligerísimos
programas televisivos que gobiernan los ránkings.
Según
el adelanto del último libro de Mario Vargas Llosa, la llamada civilización del
espectáculo de nuestros días se nutre de tres situaciones consagradas en
occidente, en naciones asiáticas emergentes y algunas del llamado Tercer Mundo:
la banalización de la cultura, la frivolidad generalizada y el periodismo
irresponsable. A su vez destaca que la democratización de la cultura, con el
afán de llegar al mayor número de personas posible, ha priorizado la cantidad
antes que la calidad, redactando una cómoda receta para elaborar contenidos
superficiales que son imitados y empeorados en cada nueva edición. Se tiene
entonces una cultura nivelada que no motiva el menor análisis, una
horizontalidad que tal vez sólo deje entrever algunos matices para distinguir
alguna que otra disciplina o autor.
El autor peruano consigna: La literatura light, como el cine light y el
arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto,
revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo
intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista,
en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la
complacencia y la autosatisfacción. He aquí la desvirtuación del interés
cultural. Ocupar la mente con creaciones conceptuales de nula o escasa
trascendencia, pero con un eficaz bálsamo de satisfacción, parece ser el
paradigma actual.
Vargas asevera que la crítica ha
desaparecido dejando un vacío ocupado por la publicidad. A mi entender el
oficio del crítico no dejó de existir, sino que se ha relativizado,
disminuyendo su influencia notablemente pero aún con cierta posesión de la
palabra en menesteres culturales (aún desde un país como el nuestro, con escaso
oficio crítico, puedo manifestar esto). Harold Bloom dice que la labor del
crítico consiste en explicitar lo implícito en una obra, y por esta misma razón
creo pertinente la observación constante de estas personas con sólida formación
sobre cada nueva aventura cultural, para darle el nombre o las estrellas que se
merece al nuevo mamarracho del que todos hablan o a la sublime obra que aunque
pocos entiendan, encontró un lugar digno en el mundo. Por otro lado es
imposible soslayar la omnipresencia mercantilista de la publicidad. Dice: La publicidad ejerce una influencia decisiva
en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo
la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las
creencias religiosas, las ideologías y
doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de
una época, hoy la cumplen los anónimos “creativos” de las agencias publicitarias.
La publicidad determina tendencias hasta el punto de hacer creer en falsas
necesidades, siempre he cuestionado que si en realidad necesito adquirir un
producto ¿preciso de una lumbrosa gigantografía invasiva para saberlo? Por otro
lado, no creo pertinente las comillas en la palabra creativos, pues en realidad
lo son. Sus creaciones serán chatas, pasajeras y superficiales, pero es otro el
objetivo que tienen y no la reflexión sobre el alma humana. Es que ha nacido un
nuevo oficio: el del publicista, que algún conocimiento social deberá poseer
para crear la nueva imagen encaminada a vender el producto. Esto sin citar las
técnicas que deben dominar, que aún dependientes totalmente de softwares
informáticos, deben acercarse a la perfección mediante la destreza humana.
Una cuestión compleja e inagotable
radica en la función social de los intelectuales. Vargas Llosa denuncia la
ausencia de éstos en los debates públicos propiciada por la propia sociedad que
los reduce, lo que hace imposible que cumplan su compromiso cívico con la
sociedad. Pero este es un tema que escapa del fenómeno que da título al nuevo
libro del peruano, debatible en varios contextos. Con todo, Vargas resalta las
causas del empequeñecimiento y volatilización del intelectual: el descrédito en
el que han caído ante su comulgación con regímenes autoritarios, la ínfima
vigencia del pensamiento y el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora
en la vida cultural.
Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio.
Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio.
Ante lo desarrollado hasta aquí,
cabe resaltar al actor que con determinante función ha influido en la civilización del espectáculo:
el periodismo. En otros tiempo el lector
común sabía distinguir entre una prensa ecuánime y otra amarillista, hoy la frontera
entre ellas se presenta borrosa. Es que las prioridades han sido trastocadas a
partir del simple ánimo de los ejecutivos de los medios que desean vender más.
Vargas dice: Las noticias pasan a ser
importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no por su
significación económica, política, cultural y social como por su carácter
novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular. Estos últimos
son los caracteres que darán rentabilidad al producto y satisfacción al morbo
del consumidor, por lo que se decide adoptarlo en desmedro del oficio
periodístico. Y a propósito del oficio, es pertinente recordar uno de los
puntos del decálogo del periodista de Camilo José Cela que dice: Decir la verdad, anteponiéndola a cualquier
otra consideración y recuerde siempre que la mentira no es noticia y, aunque
por tal fuese tomada, no es rentable. Ante la situación que analizamos,
este mandamiento resulta anacrónico pues como nos dice Vargas Llosa, si la
prensa no tiene esa información ligera, amena, superficial y entretenida, ella
misma la fabrica, es decir que vende.
En el paulatino proceso de
transformación de la información en elemento de diversión o entretenimiento, se
abre la posibilidad de dotar de cierta legitimidad a todo aquello que en otros
tiempos era considerado casquivano o vulgar, propio de una prensa marginal sin
mayor interés que el de lucrar. El chisme es el fenómeno que se retroalimenta,
criticado por quienes lo consumen y propalado o hasta a veces inventado en
perjuicio de terceros, que comúnmente son figuras públicas. La privacidad está
herida de muerte.
A grandes rasgos, se han destacado
los rasgos de la cultura predominante de la llamada civilización del
espectáculo, en cuanto a consumo: lo trascendental relegado ante lo histriónico
ensalzado. Nuestro país, aún con su escasa o nula representación cultural ante
el mundo, es objeto del mismo mal que se revela endémico y ante la situación
nos resta coincidir con el autor que nos ocupa en que el panorama se presenta
poco alentador. La manera de revertir el desarrollo de esta civilización sin
criterios no la encontraremos en los elementos que contribuyeron a formarla
sino en el hombre mismo, en el individuo y su interacción social. Y así, mirando la historia con sus distintos periodos
pareciera ser que los habitantes de este mundo siempre han sido víctimas de sus
propias creaciones. Las “olas de cambio” de Toffler siguen su ritmo cíclico,
desde la creación de Gutenberg hasta la revolución informática de nuestros
días. A propósito, a manera de un trazo a través de los siglos, cito a Octavio
Paz para fijar el mojón de la apertura al conocimiento en la humanidad: ...en realidad no fue la imprenta la liberadora
sino la burguesía, que se sirvió de esta invención para romper el monopolio del
saber sagrado y divulgar el pensamiento crítico. No son las técnicas sino la
conjugación de hombres e instrumentos lo que cambia a una sociedad.[3]
Se evidencia entonces el activo papel del hombre o su grupo social, y
justamente encontramos el punto de llegada de la liberación de medios en la
actualidad de nuestros días, casi como una antítesis directa, con unas
recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI: Rico de medios, pero no de otros tantos fines, el hombre de nuestro
tiempo vive muchas veces condicionado por el reduccionismo y el relativismo,
que conducen a perder el significado de las cosas. Casi deslumbrado por la
eficacia técnica, (el hombre) relega a la irrelevancia la dimensión
trascendental. Dice también que de esta manera el pensamiento se debilita y
cobra terreno un empobrecimiento ético,
que nubla los valores.[4]
El ciudadano del tercer milenio se nos presenta ahora con nitidez: son millones
y millones de cabezas consumistas que con instinto de ganado forman la
muchedumbre satisfecha con poco esfuerzo. Sólo nos queda entonces seguir en
reflexión, continuar la labor educacional y apelar a las excepciones que se
resisten en sucumbir ante la generalidad, hasta la próxima revolución.
Hermes
Ramos D.
[1] Aunque primariamente esta
expresión ideada por Marshall McLuhan, se refería a la inmediatez de los medios
de electrónicos de comunicación, hoy el término unifica el sentido de la
globalización en general.
[2]
SALVADORI, Massimo. Breve historia del siglo XX. Alianza editorial. Madrid.
2005. Pág. 184.
[3] Citado en BOGADO Rolón, Oscar.
Las circunstancias de la raíz. Ed. del autor. Asunción. 2007. Pág. 66.
[4]http://www.abc.com.py/edicion-impresa/internacionales/lo-tecnicamente-posible-no-siempre-es-bueno-moralmente-397188.html
sábado, 19 de mayo de 2012
Un capítulo de Nacionalismo en el
Paraguay: el gobierno de Rafael Franco. *
En el ideario político estructurado
a través del tiempo a nivel mundial, el nacionalismo se destaca como la
doctrina surgida a partir del concepto moderno de Estado, en que una nación se
encuentra unificada mediante la integración de su territorio, lengua, cultura y
tradiciones. Este proyecto político de fusión entre Estado y nación, fue originándose
a partir de la Revolución Francesa, y sirvió de inspiración para la mayoría de
los movimientos revolucionarios producidos entre 1815 y 1848 en Italia,
Alemania, Polonia o el Imperio Austro-húngaro. Ya en el siglo XX, se presenta
como la alternativa política que ofrece los únicos criterios válidos de
legitimidad para la consolidación de un Estado independiente y soberano.
En
el periodo de postguerra del 70, el Paraguay encontró las condiciones para el
ejercicio de los derechos cívicos y políticos de sus ciudadanos, lo que se
tradujo en la fundación de la Asociación Nacional Republicana y el Centro
Democrático (posteriormente Partido Liberal) en el año 1887. Se destaca como
punto de divergencia entre estas agrupaciones la percepción polarizada sobre
los gobiernos de los López y Rodríguez de Francia, siendo estos gobernantes tachados
de despóticos por los liberales.[1]
Varias autoridades ocuparon la primera magistratura hasta el inicio del siglo
XX, muchos de ellos sin llegar a completar el periodo de cuatro años dispuesto
por la Constitución de 1870, debido a la inestabilidad política de aquellos
años.
En 1904 se gesta un Golpe de Estado
contra el Gobierno de Juan Antonio Escurra, siendo designado como Presidente
Provisional por el Congreso Nacional el señor Juan Bautista Gaona, mediante un
acuerdo conocido como el Pacto de Pilcomayo. Se inicia entonces la etapa de
gobiernos liberales en el Paraguay en que pasaron por el Palacio de Gobierno
diecisiete gobernantes que respondían a distintos sectores del Partido Liberal.
Este periodo tiene como corolario la ejemplar gestión pública de Eligio Ayala y
la exitosa campaña de defensa del Chaco Paraguayo durante el gobierno de
Eusebio Ayala. Paradójicamente, el periodo liberal se interrumpe poco después
de la victoria chaqueña a partir de la intervención de las Fuerzas Armadas que
depusieron a Ayala del poder un lunes 17 de febrero de 1936.
En ese entonces, dos días después
del levantamiento armado los comandantes de las fuerzas militares se
reúnen para “deliberar sobre las medidas de emergencia que corresponde adoptar en
previsión de necesidades perentorias de reorganización nacional”[2]
designando como Presidente Provisional al Cnel. Rafael Franco. El Golpe de
Estado fue comandado por los Coroneles Federico Smith y Camilo Recalde desde el
cuartel de Campo Grande.
La reorganización nacional aludida
se entiende como una respuesta al régimen que desatendió a una sociedad con
legítimos reclamos y cuyos combatientes se habían sacrificado con creces en el
inhóspito territorio chaqueño, expulsando al enemigo más allá del río Parapití.
A partir del citado decreto y de otros instrumentos administrativos, así como
discursos y artículos periodísticos, se interpreta que el “gobierno
revolucionario” surge en clara contraposición al régimen liberal que gobernara
el Paraguay durante treinta y dos años.
Sin embargo, el gabinete de Franco tenía
la peculiaridad de reunir protagonistas de distintas y hasta antagónicas
ideologías políticas. El Dr. Juan Stefanich, quien se desempeñara como Ministro
de Relaciones Exteriores[3]
explica esta situación narrando la primera reunión del gabinete el día 20 de
febrero, en que se discutió el programa de la revolución y los objetivos del
gobierno. Policarpo Artaza extrajo del libro Capítulos de la revolución paraguaya, de autoría de Stefanich, lo
siguiente: Debatióse largamente el
asunto… Un grave problema de sentimiento y de razón mantenía tensos los
espíritus y el choque enconado de ideologías en boga, creaba al gobierno la más
difícil coyuntura. Doctrinas universalistas y nacionalistas pugnaban por
imponerse (…) Me tocó iniciar la exposición haciendo conocer en líneas
generales mi doctrina solidarista. Abogué por una nueva democracia y movimiento
paraguayo. El ministro de Justicia, doctor Jover Peralta, tomó a su turno la
palabra y expuso su pensamiento y orientación doctrinaria. Era convencidamente
izquierdista, no compartía mi posición ni mis puntos de vista y se declaró
categóricamente marxista. Terció en el debate el ministro del interior. El
solidarismo y el marxismo habían hecho su presentación en el gobierno. El doctor
Freire Esteves no estaba ni con el uno ni con el otro. Tenía su propia
doctrina, la que sería conocida más tarde, pero en aquella ocasión la omitió,
limitándose a expresar que existía entre nosotros los vínculos comunes de
nuestra historia para unirnos y en particular la memoria del gran gobernante
paraguayo don Carlos Antonio López. Refiriéndose luego a Freire Esteves y
al ministro de Agricultura, Bernardino Caballero, respectivamente, dice: El primero era de franca y decidida
convicción fascista y totalitaria, mientras el segundo, como efecto de su larga
estadía en Alemania, aspiraba a dar a la revolución la tendencia nazista.[4]
La doctrina nacionalista se destaca
como aglutinadora de elementos o caracteres compartidos, que comúnmente tienen
carácter grandilocuente y se sustenta en la historia idílica, con personajes
heroicos en gran dimensión. De lo narrado por Stefanich en la primera reunión
de los secretarios de Estado, resalta especialmente lo manifestado por Freire
Esteves respecto a los vínculos comunes y el paradigma de gobierno de Don
Carlos, pues confirma el hilo conductor que guió a la administración de Franco
en la construcción de una estructura nacionalista, la cual fue consolidada
durante varias décadas venideras con los gobiernos de Higinio Morínigo y Alfredo
Stroessner.
Numerosas y relevantes fueron las obras
desarrolladas por Franco en sus escasos 18 meses de gestión. Entre las
determinantes disposiciones gubernamentales citamos la creación del Ministerio
de Salud, del Departamento Nacional del Trabajo (antecesor del Ministerio de
Justicia y Trabajo), constitución de un Consejo para la Reforma Agraria, la
creación de la Escuela de Artes y Oficios, entre otras. En consecuencia, se
analiza a continuación varios documentos oficiales que con profunda significación
nacionalista estructuró lo que sus mismos precursores llamaron la “restauración histórica del Paraguay”.
En las primeras declaraciones de Franco
a la prensa internacional se reconocen los elementos nacionalistas motivados
hacia el cambio del régimen liberal. Dijo entonces que: la estructura del nuevo Estado paraguayo será una expresión fiel como
sea posible de su fisonomía y de la realidad orgánica natural de nuestra
nación. No copiaremos ninguna de las constituciones presentes pero
aprovecharemos las experiencias de todas ellas y daremos a la nueva
organización nacional, al mismo tiempo que el espíritu de la época, la
sustancia medular de nuestro pueblo y nuestra raza. En tal sentido el Estado
paraguayo no será comunista, ni fascista ni racista y no adoptará las formas
políticas referidas. El Paraguay es una democracia natural cuya estabilidad
económica espiritual y moral reposan esencialmente sobre la gran masa campesina
y obrera.[5]
Es importante señalar que la tendencia política europea ejercía una notable
influencia en varias naciones en aquella década del 30, el nacionalismo era visto
como una eficaz receta gubernativa de la mano de gobiernos autoritarios,
destacándose como un modelo de superación estatal. De la declaración trascripta
se infiere la expectativa que existía respecto a la línea doctrinaria que
adoptaría el nuevo régimen.
El siguiente acto
gubernativo a examinar, constituye el inicio de la tarea de reconstrucción
nacional, según se expresa en su considerando. Se trata del Decreto Nº 66 del 1
de marzo de 1936, por el cual se declaró al Mcal. Francisco Solano López como
Héroe Nacional sin ejemplar, con un profundo sentido de resignificación de los
hechos pasados. La relectura de la historia paraguaya pareciera iniciarse con
el art. 1 de esta disposición que decía: Quedan
cancelados para siempre de los Archivos Nacionales reputándoselos como
inexistentes todos los decretos-libelos dictados contra el Mariscal Presidente
de la República del Paraguay don Francisco Solano López, por los primeros gobiernos
establecidos en la República a raíz de la conclusión de la guerra de 1865. El
día de promulgación de este Decreto tuvo lugar el primer acto oficial de
conmemoración del aniversario de muerte del Mcal. López, en el Palacio de
Gobierno, en que el Presidente Franco pronunció un encendido discurso partiendo
de lo que él llamó una “conjunción espiritual entre Gobernantes y gobernados”.
Otro Decreto destacable
es el Nº 4.834 por el cual se declaró al Doctor José Gaspar Rodríguez de
Francia, a Don Carlos Antonio López y al Mariscal Francisco Solano López como
Próceres beneméritos de la nación. También mediante este mandato, el Oratorio
de la Ciudad de Asunción culminó su construcción convirtiéndose además en el
Panteón de los Héroes. Al respecto, Stefanich declaró: “La restauración de un pueblo, de una raza o una Nación se logra
restaurando únicamente sus valores materiales, su bienestar utilitario y su
economía.” (…) “Tres grandes
revoluciones determinan y fijan los destinos auténticos de la nacionalidad y de
la democracia paraguaya: la Revolución de los Comuneros; la Revolución de la
Independencia de 1811; la Revolución de febrero de 1936. Fue la primera, una
explosión de democracia en gestión contra el absolutismo colonial y la primera
manifestación vigorosa de una conciencia paraguaya en formación. Fue la
Segunda, la carta de manumisión política de la patria; su mayoridad como nación
soberana y su afirmación como democracia republicana. Y es la tercera, la
restauración moral y material de la nación, su emancipación mental, espiritual
y económica y su liberación integral. La historia del Paraguay, deformada y
mutilada debía merecer y mereció de la Revolución de Febrero la atención
especial y preferente que sus hombres le dieron al abocarse a la solución de los
grandes problemas nacionales, etc.”[6]
Desde entonces los restos del Mcal. López descansan en el simbólico
edificio conocido también como el “templo de la patria”.
Cualquier referencia al gobierno de
Rafael Franco será incompleta de no tratar el Decreto Nº 152 del 10 de marzo de
1936. Esta determinación pretendía amalgamar todo el contenido revolucionario con
el propio Estado paraguayo, unificándolos en el mismo sentido con la intención
de constituir una verdadera unidad nacional. Se interpreta que la constitución
de un Comité de Movilización Civil creada por el art. 5º del Decreto, sería la
estructura oficial para la participación política de la sociedad civil. De
hecho, los derechos políticos eran suspendidos según el art. 3º que ordenó: Toda actividad de carácter político, de
organización partidista, sindical o de intereses creados o por crear, de
naturaleza política dentro de la Nación, que no emane explícitamente del Estado
o de la Revolución identificada con el Estado, se prohíbe, por el término de un
año. La disposición es clara, exclusivamente el Estado reconocería la
legitimidad de un partido político único en todo el país.
La política social del Estado,
comprendiéndose en ella las relaciones y conflictos entre el trabajo y el
capital, las organizaciones y necesidades de obreros, trabajadores y patronos
quedaban bajo jurisdicción del Ministerio del Interior, según el art. 4. Además
fue creado el Departamento Nacional del Trabajo, que según se entiende
dependería de la citada secretaría de Estado, centralizando las relaciones
obrero-patronales en una sola dependencia oficial. Esta determinación originó
una huelga general de los sindicatos obreros, además de periódicas
manifestaciones.
Esta resolución administrativa adquiere
aún más destaque en su parte del considerando, pues a partir de ella se considera
efectiva la revocación de la Constitución de 1870. En su primer párrafo se nomina
al Decreto Plebiscitario como “Acta Constitucional de institución del Primer
Gobierno de la Revolución, incorporado al Derecho Constitucional de la
República con la trascendencia de una Carta Magna”. Aunque no constituya una
derogación expresa, el hecho de no haberse observado sus preceptos restó
vigencia a aquella Constitución.
El apego a las tendencias
autoritarias imperantes en el viejo mundo sí son explicitadas en el tercer
párrafo del considerando del polémico Decreto, al decir que la Revolución Libertadora en el Paraguay
reviste la misma índole de las transformaciones sociales totalitarias de la
Europa contemporánea, en el sentido que la Revolución Libertadora y el Estado
son ya una misma e idéntica cosa. A partir de entonces el gobierno de
Franco ha sido tachado de fascista, aunque existieron sectores que no lo
responsabilizaban de manera directa al militar sino a su Ministro del Interior
Freire Esteves.
Es
importante señalar la existencia de un punto de confluencia entre el
nacionalismo y el autoritarismo. Desde el momento de imposición de un partido
político único emanado del propio Estado, nos encontramos ante una medida
antidemocrática que cercena los derechos políticos de los ciudadanos, pudiendo
interpretarse como el inicio del totalitarismo. Esto constituye una paradoja
pues la opción nacionalista que fue tomando forma en las últimas décadas del
siglo XVIII fue una reacción a los largos años de imposiciones monárquicas en
que el ciudadano común no poseía representación.
En la actualidad existe una
tendencia a considerar al nacionalismo como sinónimo de un patriotismo exacerbado,
excluyente y rígido, capaz de influir considerablemente en conflictos bélicos nacionales
e internacionales. Asumiendo que todo fanatismo es negativo, la radicalización
de las posiciones nos resta perspectiva para apreciar aspectos positivos de cualquier
doctrina política o corriente de pensamiento. El Gobierno de Rafael Franco,
entre la crítica y el elogio, permanecerá en nuestra historia con la
peculiaridad de sus hechos y la trascendencia de sus obras, habiendo sentado las
bases para un nacionalismo cultivado durante varias décadas en el Paraguay.
Hermes
Ramos D.
* Seleccionado en el Concurso Literario Grupo General de Seguros S.A., Categoría Ensayos, abril 2012.
[1] Ya en el año 1869 el triunvirato gobernante con aquiescencia de
las fuerzas aliadas, dispuso por Decreto:“El
desnaturalizado paraguayo Francisco Solano López, queda fuera de la ley y para
siempre arrojado del suelo paraguayo como asesino de su Patria y enemigo del
género humano.”
[2] Decreto Plebiscitario del 19/02/1936 firmado
por el Cdte. en Jefe de las FF.AA. Federico W. Smith. En su art. 4° dispuso “El presente Decreto Plebiscitario del
Ejército Libertador será igualmente suscrito por los demás compañeros de armas
solidarios ausentes a la fecha de la Capital, con efecto retroactivo al día de
la fecha.”
[3] El Decreto Nº 1 lo designaba además
Ministro de Guerra interino.
[4]
ARTAZA, Policarpo. Ayala Estigarribia y el Partido Liberal. Narciso F. Palacios
Editor. 3º ed. Asunción, Paraguay. 1988. Pág. 146.
[5] Declaración de Rafael Franco a la
United Press, recogida del libro La Revolución del 17 de febrero de 1936.
Imprenta Nacional. Asunción. 1941.
[6] SPERATTI, Juan. La Revolución del 17
de febrero de 1936. Gestación. Desarrollo. Ideología. Obras. Ed. del autor.
Asunción, Paraguay. 1984. Págs. 219, 220.
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