miércoles, 23 de mayo de 2012


Apuntes sobre la civilización que ve don Mario.


“Es raro que haya tan pocos lectores en este mundo, pero
tantas lecturas. La gente en general no lee por propia
voluntad si son capaces de encontrar cualquier otra
cosa que los entretenga.” Samuel Johnson.

Una de las principales distinciones de la civilización de final del siglo XX tal vez sea su ánimo consumista, propiciada por una etapa de prosperidad económica que fortaleció las clases medias a nivel mundial. Se debe resaltar entonces el proceso de globalización de los años 90, que a partir de una suma de factores políticos y económicos, ha propiciado un mercado único en lo que se ha llamado una “aldea global”[1]. Este proceso es caracterizado por el hecho de que las empresas y los capitales, superando todas las fronteras y las barreras tradicionales, se trasladan allí donde más les conviene, donde las condiciones para invertir y trabajar se presentan más ventajosas y donde exista la mayor posibilidad de obtener beneficios.[2] La revolución informática y los avances tecnológicos se suman a este paisaje postmoderno, totalizando el marco económico mundial que utilizamos como punto de partida para reconocer a los ciudadanos del tercer milenio.

Todo lo nuevo influyó en el individuo así como en la sociedad. La cultura occidental encontró mayor apertura a nivel moral y el ocio hoy es sobrevalorado por la industria del entretenimiento, que utiliza la publicidad como el bisturí capcioso capaz de moldear los hábitos de consumo masivo.

Si consignamos que sólo puede consumirse lo que se produce, se tiende a consolidar la relación oferta-demanda en lo que puede llamarse el mercado de la cultura, evidenciándose además una dependencia entre las personas dedicadas a vender el “producto artesanal” y quienes elegirán consumirlo. Considerando que estos términos parecen aplicarse más bien a asuntos económicos o de mercadotecnia, tenemos la primera prueba de mercantilización de las creaciones culturales. Consideremos entonces al arte en su sentido más amplio, desde las novelas best seller hasta los ligerísimos programas televisivos que gobiernan los ránkings.

Según el adelanto del último libro de Mario Vargas Llosa, la llamada civilización del espectáculo de nuestros días se nutre de tres situaciones consagradas en occidente, en naciones asiáticas emergentes y algunas del llamado Tercer Mundo: la banalización de la cultura, la frivolidad generalizada y el periodismo irresponsable. A su vez destaca que la democratización de la cultura, con el afán de llegar al mayor número de personas posible, ha priorizado la cantidad antes que la calidad, redactando una cómoda receta para elaborar contenidos superficiales que son imitados y empeorados en cada nueva edición. Se tiene entonces una cultura nivelada que no motiva el menor análisis, una horizontalidad que tal vez sólo deje entrever algunos matices para distinguir alguna que otra disciplina o autor.

El autor peruano consigna: La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción. He aquí la desvirtuación del interés cultural. Ocupar la mente con creaciones conceptuales de nula o escasa trascendencia, pero con un eficaz bálsamo de satisfacción, parece ser el paradigma actual. 

Vargas asevera que la crítica ha desaparecido dejando un vacío ocupado por la publicidad. A mi entender el oficio del crítico no dejó de existir, sino que se ha relativizado, disminuyendo su influencia notablemente pero aún con cierta posesión de la palabra en menesteres culturales (aún desde un país como el nuestro, con escaso oficio crítico, puedo manifestar esto). Harold Bloom dice que la labor del crítico consiste en explicitar lo implícito en una obra, y por esta misma razón creo pertinente la observación constante de estas personas con sólida formación sobre cada nueva aventura cultural, para darle el nombre o las estrellas que se merece al nuevo mamarracho del que todos hablan o a la sublime obra que aunque pocos entiendan, encontró un lugar digno en el mundo. Por otro lado es imposible soslayar la omnipresencia mercantilista de la publicidad. Dice: La publicidad ejerce una influencia decisiva en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las creencias  religiosas, las ideologías y doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de una época, hoy la cumplen los anónimos “creativos” de las agencias publicitarias. La publicidad determina tendencias hasta el punto de hacer creer en falsas necesidades, siempre he cuestionado que si en realidad necesito adquirir un producto ¿preciso de una lumbrosa gigantografía invasiva para saberlo? Por otro lado, no creo pertinente las comillas en la palabra creativos, pues en realidad lo son. Sus creaciones serán chatas, pasajeras y superficiales, pero es otro el objetivo que tienen y no la reflexión sobre el alma humana. Es que ha nacido un nuevo oficio: el del publicista, que algún conocimiento social deberá poseer para crear la nueva imagen encaminada a vender el producto. Esto sin citar las técnicas que deben dominar, que aún dependientes totalmente de softwares informáticos, deben acercarse a la perfección mediante la destreza humana.

Una cuestión compleja e inagotable radica en la función social de los intelectuales. Vargas Llosa denuncia la ausencia de éstos en los debates públicos propiciada por la propia sociedad que los reduce, lo que hace imposible que cumplan su compromiso cívico con la sociedad. Pero este es un tema que escapa del fenómeno que da título al nuevo libro del peruano, debatible en varios contextos. Con todo, Vargas resalta las causas del empequeñecimiento y volatilización del intelectual: el descrédito en el que han caído ante su comulgación con regímenes autoritarios, la ínfima vigencia del pensamiento y el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora en la vida cultural.


Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio. 

Ante lo desarrollado hasta aquí, cabe resaltar al actor que con determinante función ha  influido en la civilización del espectáculo: el periodismo.  En otros tiempo el lector común sabía distinguir entre una prensa ecuánime y otra amarillista, hoy la frontera entre ellas se presenta borrosa. Es que las prioridades han sido trastocadas a partir del simple ánimo de los ejecutivos de los medios que desean vender más. Vargas dice: Las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular. Estos últimos son los caracteres que darán rentabilidad al producto y satisfacción al morbo del consumidor, por lo que se decide adoptarlo en desmedro del oficio periodístico. Y a propósito del oficio, es pertinente recordar uno de los puntos del decálogo del periodista de Camilo José Cela que dice: Decir la verdad, anteponiéndola a cualquier otra consideración y recuerde siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuese tomada, no es rentable. Ante la situación que analizamos, este mandamiento resulta anacrónico pues como nos dice Vargas Llosa, si la prensa no tiene esa información ligera, amena, superficial y entretenida, ella misma la fabrica, es decir que vende.

En el paulatino proceso de transformación de la información en elemento de diversión o entretenimiento, se abre la posibilidad de dotar de cierta legitimidad a todo aquello que en otros tiempos era considerado casquivano o vulgar, propio de una prensa marginal sin mayor interés que el de lucrar. El chisme es el fenómeno que se retroalimenta, criticado por quienes lo consumen y propalado o hasta a veces inventado en perjuicio de terceros, que comúnmente son figuras públicas. La privacidad está herida de muerte.

A grandes rasgos, se han destacado los rasgos de la cultura predominante de la llamada civilización del espectáculo, en cuanto a consumo: lo trascendental relegado ante lo histriónico ensalzado. Nuestro país, aún con su escasa o nula representación cultural ante el mundo, es objeto del mismo mal que se revela endémico y ante la situación nos resta coincidir con el autor que nos ocupa en que el panorama se presenta poco alentador. La manera de revertir el desarrollo de esta civilización sin criterios no la encontraremos en los elementos que contribuyeron a formarla sino en el hombre mismo, en el individuo y su interacción social. Y así,  mirando la historia con sus distintos periodos pareciera ser que los habitantes de este mundo siempre han sido víctimas de sus propias creaciones. Las “olas de cambio” de Toffler siguen su ritmo cíclico, desde la creación de Gutenberg hasta la revolución informática de nuestros días. A propósito, a manera de un trazo a través de los siglos, cito a Octavio Paz para fijar el mojón de la apertura al conocimiento en la humanidad: ...en realidad no fue la imprenta la liberadora sino la burguesía, que se sirvió de esta invención para romper el monopolio del saber sagrado y divulgar el pensamiento crítico. No son las técnicas sino la conjugación de hombres e instrumentos lo que cambia a una sociedad.[3] Se evidencia entonces el activo papel del hombre o su grupo social, y justamente encontramos el punto de llegada de la liberación de medios en la actualidad de nuestros días, casi como una antítesis directa, con unas recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI: Rico de medios, pero no de otros tantos fines, el hombre de nuestro tiempo vive muchas veces condicionado por el reduccionismo y el relativismo, que conducen a perder el significado de las cosas. Casi deslumbrado por la eficacia técnica, (el hombre) relega a la irrelevancia la dimensión trascendental. Dice también que de esta manera el pensamiento se debilita y cobra terreno un empobrecimiento ético, que nubla los valores.[4] El ciudadano del tercer milenio se nos presenta ahora con nitidez: son millones y millones de cabezas consumistas que con instinto de ganado forman la muchedumbre satisfecha con poco esfuerzo. Sólo nos queda entonces seguir en reflexión, continuar la labor educacional y apelar a las excepciones que se resisten en sucumbir ante la generalidad, hasta la próxima revolución.



                                                                Hermes Ramos D.
           





[1] Aunque primariamente esta expresión ideada por Marshall McLuhan, se refería a la inmediatez de los medios de electrónicos de comunicación, hoy el término unifica el sentido de la globalización en general.

[2] SALVADORI, Massimo. Breve historia del siglo XX. Alianza editorial. Madrid. 2005. Pág. 184.

[3] Citado en BOGADO Rolón, Oscar. Las circunstancias de la raíz. Ed. del autor. Asunción. 2007. Pág. 66.

[4]http://www.abc.com.py/edicion-impresa/internacionales/lo-tecnicamente-posible-no-siempre-es-bueno-moralmente-397188.html

sábado, 19 de mayo de 2012


Un capítulo de Nacionalismo en el Paraguay: el gobierno de Rafael Franco. *



      En el ideario político estructurado a través del tiempo a nivel mundial, el nacionalismo se destaca como la doctrina surgida a partir del concepto moderno de Estado, en que una nación se encuentra unificada mediante la integración de su territorio, lengua, cultura y tradiciones. Este proyecto político de fusión entre Estado y nación, fue originándose a partir de la Revolución Francesa, y sirvió de inspiración para la mayoría de los movimientos revolucionarios producidos entre 1815 y 1848 en Italia, Alemania, Polonia o el Imperio Austro-húngaro. Ya en el siglo XX, se presenta como la alternativa política que ofrece los únicos criterios válidos de legitimidad para la consolidación de un Estado independiente y soberano.

    En el periodo de postguerra del 70, el Paraguay encontró las condiciones para el ejercicio de los derechos cívicos y políticos de sus ciudadanos, lo que se tradujo en la fundación de la Asociación Nacional Republicana y el Centro Democrático (posteriormente Partido Liberal) en el año 1887. Se destaca como punto de divergencia entre estas agrupaciones la percepción polarizada sobre los gobiernos de los López y Rodríguez de Francia, siendo estos gobernantes tachados de despóticos por los liberales.[1] Varias autoridades ocuparon la primera magistratura hasta el inicio del siglo XX, muchos de ellos sin llegar a completar el periodo de cuatro años dispuesto por la Constitución de 1870, debido a la inestabilidad política de aquellos años.

      En 1904 se gesta un Golpe de Estado contra el Gobierno de Juan Antonio Escurra, siendo designado como Presidente Provisional por el Congreso Nacional el señor Juan Bautista Gaona, mediante un acuerdo conocido como el Pacto de Pilcomayo. Se inicia entonces la etapa de gobiernos liberales en el Paraguay en que pasaron por el Palacio de Gobierno diecisiete gobernantes que respondían a distintos sectores del Partido Liberal. Este periodo tiene como corolario la ejemplar gestión pública de Eligio Ayala y la exitosa campaña de defensa del Chaco Paraguayo durante el gobierno de Eusebio Ayala. Paradójicamente, el periodo liberal se interrumpe poco después de la victoria chaqueña a partir de la intervención de las Fuerzas Armadas que depusieron a Ayala del poder un lunes 17 de febrero de 1936.

      En ese entonces, dos días después del levantamiento armado los comandantes de las fuerzas militares se reúnen  para “deliberar sobre las medidas de emergencia que corresponde adoptar en previsión de necesidades perentorias de reorganización nacional”[2] designando como Presidente Provisional al Cnel. Rafael Franco. El Golpe de Estado fue comandado por los Coroneles Federico Smith y Camilo Recalde desde el cuartel de Campo Grande.

      La reorganización nacional aludida se entiende como una respuesta al régimen que desatendió a una sociedad con legítimos reclamos y cuyos combatientes se habían sacrificado con creces en el inhóspito territorio chaqueño, expulsando al enemigo más allá del río Parapití. A partir del citado decreto y de otros instrumentos administrativos, así como discursos y artículos periodísticos, se interpreta que el “gobierno revolucionario” surge en clara contraposición al régimen liberal que gobernara el Paraguay durante treinta y dos años.

      Sin embargo, el gabinete de Franco tenía la peculiaridad de reunir protagonistas de distintas y hasta antagónicas ideologías políticas. El Dr. Juan Stefanich, quien se desempeñara como Ministro de Relaciones Exteriores[3] explica esta situación narrando la primera reunión del gabinete el día 20 de febrero, en que se discutió el programa de la revolución y los objetivos del gobierno. Policarpo Artaza extrajo del libro Capítulos de la revolución paraguaya, de autoría de Stefanich, lo siguiente: Debatióse largamente el asunto… Un grave problema de sentimiento y de razón mantenía tensos los espíritus y el choque enconado de ideologías en boga, creaba al gobierno la más difícil coyuntura. Doctrinas universalistas y nacionalistas pugnaban por imponerse (…) Me tocó iniciar la exposición haciendo conocer en líneas generales mi doctrina solidarista. Abogué por una nueva democracia y movimiento paraguayo. El ministro de Justicia, doctor Jover Peralta, tomó a su turno la palabra y expuso su pensamiento y orientación doctrinaria. Era convencidamente izquierdista, no compartía mi posición ni mis puntos de vista y se declaró categóricamente marxista. Terció en el debate el ministro del interior. El solidarismo y el marxismo habían hecho su presentación en el gobierno. El doctor Freire Esteves no estaba ni con el uno ni con el otro. Tenía su propia doctrina, la que sería conocida más tarde, pero en aquella ocasión la omitió, limitándose a expresar que existía entre nosotros los vínculos comunes de nuestra historia para unirnos y en particular la memoria del gran gobernante paraguayo don Carlos Antonio López. Refiriéndose luego a Freire Esteves y al ministro de Agricultura, Bernardino Caballero, respectivamente, dice: El primero era de franca y decidida convicción fascista y totalitaria, mientras el segundo, como efecto de su larga estadía en Alemania, aspiraba a dar a la revolución la tendencia nazista.[4]

     La doctrina nacionalista se destaca como aglutinadora de elementos o caracteres compartidos, que comúnmente tienen carácter grandilocuente y se sustenta en la historia idílica, con personajes heroicos en gran dimensión. De lo narrado por Stefanich en la primera reunión de los secretarios de Estado, resalta especialmente lo manifestado por Freire Esteves respecto a los vínculos comunes y el paradigma de gobierno de Don Carlos, pues confirma el hilo conductor que guió a la administración de Franco en la construcción de una estructura nacionalista, la cual fue consolidada durante varias décadas venideras con los gobiernos de Higinio Morínigo y Alfredo Stroessner.

      Numerosas y relevantes fueron las obras desarrolladas por Franco en sus escasos 18 meses de gestión. Entre las determinantes disposiciones gubernamentales citamos la creación del Ministerio de Salud, del Departamento Nacional del Trabajo (antecesor del Ministerio de Justicia y Trabajo), constitución de un Consejo para la Reforma Agraria, la creación de la Escuela de Artes y Oficios, entre otras. En consecuencia, se analiza a continuación varios documentos oficiales que con profunda significación nacionalista estructuró lo que sus mismos precursores llamaron  la “restauración histórica del Paraguay”.

   En las primeras declaraciones de Franco a la prensa internacional se reconocen los elementos nacionalistas motivados hacia el cambio del régimen liberal. Dijo entonces que: la estructura del nuevo Estado paraguayo será una expresión fiel como sea posible de su fisonomía y de la realidad orgánica natural de nuestra nación. No copiaremos ninguna de las constituciones presentes pero aprovecharemos las experiencias de todas ellas y daremos a la nueva organización nacional, al mismo tiempo que el espíritu de la época, la sustancia medular de nuestro pueblo y nuestra raza. En tal sentido el Estado paraguayo no será comunista, ni fascista ni racista y no adoptará las formas políticas referidas. El Paraguay es una democracia natural cuya estabilidad económica espiritual y moral reposan esencialmente sobre la gran masa campesina y obrera.[5] Es importante señalar que la tendencia política europea ejercía una notable influencia en varias naciones en aquella década del 30, el nacionalismo era visto como una eficaz receta gubernativa de la mano de gobiernos autoritarios, destacándose como un modelo de superación estatal. De la declaración trascripta se infiere la expectativa que existía respecto a la línea doctrinaria que adoptaría el nuevo régimen.

      El siguiente acto gubernativo a examinar, constituye el inicio de la tarea de reconstrucción nacional, según se expresa en su considerando. Se trata del Decreto Nº 66 del 1 de marzo de 1936, por el cual se declaró al Mcal. Francisco Solano López como Héroe Nacional sin ejemplar, con un profundo sentido de resignificación de los hechos pasados. La relectura de la historia paraguaya pareciera iniciarse con el art. 1 de esta disposición que decía: Quedan cancelados para siempre de los Archivos Nacionales reputándoselos como inexistentes todos los decretos-libelos dictados contra el Mariscal Presidente de la República del Paraguay don Francisco Solano López, por los primeros gobiernos establecidos en la República a raíz de la conclusión de la guerra de 1865. El día de promulgación de este Decreto tuvo lugar el primer acto oficial de conmemoración del aniversario de muerte del Mcal. López, en el Palacio de Gobierno, en que el Presidente Franco pronunció un encendido discurso partiendo de lo que él llamó una “conjunción espiritual entre Gobernantes y gobernados”.

Otro Decreto destacable es el Nº 4.834 por el cual se declaró al Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, a Don Carlos Antonio López y al Mariscal Francisco Solano López como Próceres beneméritos de la nación. También mediante este mandato, el Oratorio de la Ciudad de Asunción culminó su construcción convirtiéndose además en el Panteón de los Héroes. Al respecto, Stefanich declaró: “La restauración de un pueblo, de una raza o una Nación se logra restaurando únicamente sus valores materiales, su bienestar utilitario y su economía.” (…) “Tres grandes revoluciones determinan y fijan los destinos auténticos de la nacionalidad y de la democracia paraguaya: la Revolución de los Comuneros; la Revolución de la Independencia de 1811; la Revolución de febrero de 1936. Fue la primera, una explosión de democracia en gestión contra el absolutismo colonial y la primera manifestación vigorosa de una conciencia paraguaya en formación. Fue la Segunda, la carta de manumisión política de la patria; su mayoridad como nación soberana y su afirmación como democracia republicana. Y es la tercera, la restauración moral y material de la nación, su emancipación mental, espiritual y económica y su liberación integral. La historia del Paraguay, deformada y mutilada debía merecer y mereció de la Revolución de Febrero la atención especial y preferente que sus hombres le dieron al abocarse a la solución de los grandes problemas nacionales, etc.”[6] Desde entonces los restos del Mcal. López descansan en el simbólico edificio conocido también como el “templo de la patria”.

      Cualquier referencia al gobierno de Rafael Franco será incompleta de no tratar el Decreto Nº 152 del 10 de marzo de 1936. Esta determinación pretendía amalgamar todo el contenido revolucionario con el propio Estado paraguayo, unificándolos en el mismo sentido con la intención de constituir una verdadera unidad nacional. Se interpreta que la constitución de un Comité de Movilización Civil creada por el art. 5º del Decreto, sería la estructura oficial para la participación política de la sociedad civil. De hecho, los derechos políticos eran suspendidos según el art. 3º que ordenó: Toda actividad de carácter político, de organización partidista, sindical o de intereses creados o por crear, de naturaleza política dentro de la Nación, que no emane explícitamente del Estado o de la Revolución identificada con el Estado, se prohíbe, por el término de un año. La disposición es clara, exclusivamente el Estado reconocería la legitimidad de un partido político único en todo el país.

      La política social del Estado, comprendiéndose en ella las relaciones y conflictos entre el trabajo y el capital, las organizaciones y necesidades de obreros, trabajadores y patronos quedaban bajo jurisdicción del Ministerio del Interior, según el art. 4. Además fue creado el Departamento Nacional del Trabajo, que según se entiende dependería de la citada secretaría de Estado, centralizando las relaciones obrero-patronales en una sola dependencia oficial. Esta determinación originó una huelga general de los sindicatos obreros, además de periódicas manifestaciones.

      Esta resolución administrativa adquiere aún más destaque en su parte del considerando, pues a partir de ella se considera efectiva la revocación de la Constitución de 1870. En su primer párrafo se nomina al Decreto Plebiscitario como “Acta Constitucional de institución del Primer Gobierno de la Revolución, incorporado al Derecho Constitucional de la República con la trascendencia de una Carta Magna”. Aunque no constituya una derogación expresa, el hecho de no haberse observado sus preceptos restó vigencia a aquella Constitución.
       
      El apego a las tendencias autoritarias imperantes en el viejo mundo sí son explicitadas en el tercer párrafo del considerando del polémico Decreto, al decir que la Revolución Libertadora en el Paraguay reviste la misma índole de las transformaciones sociales totalitarias de la Europa contemporánea, en el sentido que la Revolución Libertadora y el Estado son ya una misma e idéntica cosa. A partir de entonces el gobierno de Franco ha sido tachado de fascista, aunque existieron sectores que no lo responsabilizaban de manera directa al militar sino a su Ministro del Interior Freire Esteves.

        Es importante señalar la existencia de un punto de confluencia entre el nacionalismo y el autoritarismo. Desde el momento de imposición de un partido político único emanado del propio Estado, nos encontramos ante una medida antidemocrática que cercena los derechos políticos de los ciudadanos, pudiendo interpretarse como el inicio del totalitarismo. Esto constituye una paradoja pues la opción nacionalista que fue tomando forma en las últimas décadas del siglo XVIII fue una reacción a los largos años de imposiciones monárquicas en que el ciudadano común no poseía representación.

      En la actualidad existe una tendencia a considerar al nacionalismo como sinónimo de un patriotismo exacerbado, excluyente y rígido, capaz de influir considerablemente en conflictos bélicos nacionales e internacionales. Asumiendo que todo fanatismo es negativo, la radicalización de las posiciones nos resta perspectiva para apreciar aspectos positivos de cualquier doctrina política o corriente de pensamiento. El Gobierno de Rafael Franco, entre la crítica y el elogio, permanecerá en nuestra historia con la peculiaridad de sus hechos y la trascendencia de sus obras, habiendo sentado las bases para un nacionalismo cultivado durante varias décadas en el Paraguay.


                                                                  Hermes Ramos D.


* Seleccionado en el Concurso Literario Grupo General de Seguros S.A., Categoría Ensayos, abril 2012.





[1] Ya en el año 1869 el  triunvirato gobernante con aquiescencia de las fuerzas aliadas, dispuso por Decreto:“El desnaturalizado paraguayo Francisco Solano López, queda fuera de la ley y para siempre arrojado del suelo paraguayo como asesino de su Patria y enemigo del género humano.”

[2] Decreto Plebiscitario del 19/02/1936 firmado por el Cdte. en Jefe de las FF.AA. Federico W. Smith. En su art. 4° dispuso “El presente Decreto Plebiscitario del Ejército Libertador será igualmente suscrito por los demás compañeros de armas solidarios ausentes a la fecha de la Capital, con efecto retroactivo al día de la fecha.”

[3] El Decreto Nº 1 lo designaba además Ministro de Guerra interino.

[4] ARTAZA, Policarpo. Ayala Estigarribia y el Partido Liberal. Narciso F. Palacios Editor. 3º ed. Asunción, Paraguay. 1988. Pág. 146.

[5] Declaración de Rafael Franco a la United Press, recogida del libro La Revolución del 17 de febrero de 1936. Imprenta Nacional. Asunción. 1941.

[6] SPERATTI, Juan. La Revolución del 17 de febrero de 1936. Gestación. Desarrollo. Ideología. Obras. Ed. del autor. Asunción, Paraguay. 1984. Págs. 219, 220.