Apuntes sobre la civilización que ve don Mario.
“Es raro que
haya tan pocos lectores en este mundo, pero
tantas lecturas.
La gente en general no lee por propia
voluntad si son
capaces de encontrar cualquier otra
cosa que los
entretenga.” Samuel Johnson.
Una de las principales distinciones
de la civilización de final del siglo XX tal vez sea su ánimo consumista,
propiciada por una etapa de prosperidad económica que fortaleció las clases
medias a nivel mundial. Se debe resaltar entonces el proceso de globalización
de los años 90, que a partir de una suma de factores políticos y económicos, ha
propiciado un mercado único en lo que se ha llamado una “aldea global”[1].
Este proceso es caracterizado por el hecho de que las empresas y los capitales, superando todas las fronteras y las barreras
tradicionales, se trasladan allí donde más les conviene, donde las condiciones
para invertir y trabajar se presentan más ventajosas y donde exista la mayor
posibilidad de obtener beneficios.[2]
La revolución informática y los avances tecnológicos se suman a este paisaje
postmoderno, totalizando el marco económico mundial que utilizamos como punto
de partida para reconocer a los ciudadanos del tercer milenio.
Todo lo nuevo influyó en el
individuo así como en la sociedad. La cultura occidental encontró mayor
apertura a nivel moral y el ocio hoy es sobrevalorado por la industria del
entretenimiento, que utiliza la publicidad como el bisturí capcioso capaz de
moldear los hábitos de consumo masivo.
Si consignamos que sólo puede
consumirse lo que se produce, se tiende a consolidar la relación oferta-demanda
en lo que puede llamarse el mercado de la cultura, evidenciándose además una
dependencia entre las personas dedicadas a vender el “producto artesanal” y
quienes elegirán consumirlo. Considerando que estos términos parecen aplicarse
más bien a asuntos económicos o de mercadotecnia, tenemos la primera prueba de
mercantilización de las creaciones culturales. Consideremos entonces al arte en
su sentido más amplio, desde las novelas best seller hasta los ligerísimos
programas televisivos que gobiernan los ránkings.
Según
el adelanto del último libro de Mario Vargas Llosa, la llamada civilización del
espectáculo de nuestros días se nutre de tres situaciones consagradas en
occidente, en naciones asiáticas emergentes y algunas del llamado Tercer Mundo:
la banalización de la cultura, la frivolidad generalizada y el periodismo
irresponsable. A su vez destaca que la democratización de la cultura, con el
afán de llegar al mayor número de personas posible, ha priorizado la cantidad
antes que la calidad, redactando una cómoda receta para elaborar contenidos
superficiales que son imitados y empeorados en cada nueva edición. Se tiene
entonces una cultura nivelada que no motiva el menor análisis, una
horizontalidad que tal vez sólo deje entrever algunos matices para distinguir
alguna que otra disciplina o autor.
El autor peruano consigna: La literatura light, como el cine light y el
arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto,
revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo
intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista,
en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la
complacencia y la autosatisfacción. He aquí la desvirtuación del interés
cultural. Ocupar la mente con creaciones conceptuales de nula o escasa
trascendencia, pero con un eficaz bálsamo de satisfacción, parece ser el
paradigma actual.
Vargas asevera que la crítica ha
desaparecido dejando un vacío ocupado por la publicidad. A mi entender el
oficio del crítico no dejó de existir, sino que se ha relativizado,
disminuyendo su influencia notablemente pero aún con cierta posesión de la
palabra en menesteres culturales (aún desde un país como el nuestro, con escaso
oficio crítico, puedo manifestar esto). Harold Bloom dice que la labor del
crítico consiste en explicitar lo implícito en una obra, y por esta misma razón
creo pertinente la observación constante de estas personas con sólida formación
sobre cada nueva aventura cultural, para darle el nombre o las estrellas que se
merece al nuevo mamarracho del que todos hablan o a la sublime obra que aunque
pocos entiendan, encontró un lugar digno en el mundo. Por otro lado es
imposible soslayar la omnipresencia mercantilista de la publicidad. Dice: La publicidad ejerce una influencia decisiva
en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo
la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las
creencias religiosas, las ideologías y
doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de
una época, hoy la cumplen los anónimos “creativos” de las agencias publicitarias.
La publicidad determina tendencias hasta el punto de hacer creer en falsas
necesidades, siempre he cuestionado que si en realidad necesito adquirir un
producto ¿preciso de una lumbrosa gigantografía invasiva para saberlo? Por otro
lado, no creo pertinente las comillas en la palabra creativos, pues en realidad
lo son. Sus creaciones serán chatas, pasajeras y superficiales, pero es otro el
objetivo que tienen y no la reflexión sobre el alma humana. Es que ha nacido un
nuevo oficio: el del publicista, que algún conocimiento social deberá poseer
para crear la nueva imagen encaminada a vender el producto. Esto sin citar las
técnicas que deben dominar, que aún dependientes totalmente de softwares
informáticos, deben acercarse a la perfección mediante la destreza humana.
Una cuestión compleja e inagotable
radica en la función social de los intelectuales. Vargas Llosa denuncia la
ausencia de éstos en los debates públicos propiciada por la propia sociedad que
los reduce, lo que hace imposible que cumplan su compromiso cívico con la
sociedad. Pero este es un tema que escapa del fenómeno que da título al nuevo
libro del peruano, debatible en varios contextos. Con todo, Vargas resalta las
causas del empequeñecimiento y volatilización del intelectual: el descrédito en
el que han caído ante su comulgación con regímenes autoritarios, la ínfima
vigencia del pensamiento y el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora
en la vida cultural.
Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio.
Continúa el autor enumerando las notables desvirtuaciones que caracterizan a esta civilización en ámbitos tan variados como el cine o la política, en este caso en que la imagen de un candidato a cargo público tiene mayor destaque que sus ideas o proyectos. En cuanto a la emancipación sexual, le atribuye la vulgarización del sexo que acabó con el erotismo. Tal vez la principal caracterización que puede hacerse a la civilización del espectáculo es su frivolidad, por lo cual transcribo el gráfico concepto que el autor formaliza en su texto: La frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante –la representación- hacen a veces de sentimientos e ideas. No existe el mínimo ánimo de duda para afirmar que nuestro país padece este síntoma, donde la imagen, preparada o no, es la que gobierna los sentidos desde el primer contacto visual. De esta manera, nuestros compatriotas encuentran la manera de ejercitar con regularidad el ánimo del prejuicio.
Ante lo desarrollado hasta aquí,
cabe resaltar al actor que con determinante función ha influido en la civilización del espectáculo:
el periodismo. En otros tiempo el lector
común sabía distinguir entre una prensa ecuánime y otra amarillista, hoy la frontera
entre ellas se presenta borrosa. Es que las prioridades han sido trastocadas a
partir del simple ánimo de los ejecutivos de los medios que desean vender más.
Vargas dice: Las noticias pasan a ser
importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no por su
significación económica, política, cultural y social como por su carácter
novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular. Estos últimos
son los caracteres que darán rentabilidad al producto y satisfacción al morbo
del consumidor, por lo que se decide adoptarlo en desmedro del oficio
periodístico. Y a propósito del oficio, es pertinente recordar uno de los
puntos del decálogo del periodista de Camilo José Cela que dice: Decir la verdad, anteponiéndola a cualquier
otra consideración y recuerde siempre que la mentira no es noticia y, aunque
por tal fuese tomada, no es rentable. Ante la situación que analizamos,
este mandamiento resulta anacrónico pues como nos dice Vargas Llosa, si la
prensa no tiene esa información ligera, amena, superficial y entretenida, ella
misma la fabrica, es decir que vende.
En el paulatino proceso de
transformación de la información en elemento de diversión o entretenimiento, se
abre la posibilidad de dotar de cierta legitimidad a todo aquello que en otros
tiempos era considerado casquivano o vulgar, propio de una prensa marginal sin
mayor interés que el de lucrar. El chisme es el fenómeno que se retroalimenta,
criticado por quienes lo consumen y propalado o hasta a veces inventado en
perjuicio de terceros, que comúnmente son figuras públicas. La privacidad está
herida de muerte.
A grandes rasgos, se han destacado
los rasgos de la cultura predominante de la llamada civilización del
espectáculo, en cuanto a consumo: lo trascendental relegado ante lo histriónico
ensalzado. Nuestro país, aún con su escasa o nula representación cultural ante
el mundo, es objeto del mismo mal que se revela endémico y ante la situación
nos resta coincidir con el autor que nos ocupa en que el panorama se presenta
poco alentador. La manera de revertir el desarrollo de esta civilización sin
criterios no la encontraremos en los elementos que contribuyeron a formarla
sino en el hombre mismo, en el individuo y su interacción social. Y así, mirando la historia con sus distintos periodos
pareciera ser que los habitantes de este mundo siempre han sido víctimas de sus
propias creaciones. Las “olas de cambio” de Toffler siguen su ritmo cíclico,
desde la creación de Gutenberg hasta la revolución informática de nuestros
días. A propósito, a manera de un trazo a través de los siglos, cito a Octavio
Paz para fijar el mojón de la apertura al conocimiento en la humanidad: ...en realidad no fue la imprenta la liberadora
sino la burguesía, que se sirvió de esta invención para romper el monopolio del
saber sagrado y divulgar el pensamiento crítico. No son las técnicas sino la
conjugación de hombres e instrumentos lo que cambia a una sociedad.[3]
Se evidencia entonces el activo papel del hombre o su grupo social, y
justamente encontramos el punto de llegada de la liberación de medios en la
actualidad de nuestros días, casi como una antítesis directa, con unas
recientes declaraciones del Papa Benedicto XVI: Rico de medios, pero no de otros tantos fines, el hombre de nuestro
tiempo vive muchas veces condicionado por el reduccionismo y el relativismo,
que conducen a perder el significado de las cosas. Casi deslumbrado por la
eficacia técnica, (el hombre) relega a la irrelevancia la dimensión
trascendental. Dice también que de esta manera el pensamiento se debilita y
cobra terreno un empobrecimiento ético,
que nubla los valores.[4]
El ciudadano del tercer milenio se nos presenta ahora con nitidez: son millones
y millones de cabezas consumistas que con instinto de ganado forman la
muchedumbre satisfecha con poco esfuerzo. Sólo nos queda entonces seguir en
reflexión, continuar la labor educacional y apelar a las excepciones que se
resisten en sucumbir ante la generalidad, hasta la próxima revolución.
Hermes
Ramos D.
[1] Aunque primariamente esta
expresión ideada por Marshall McLuhan, se refería a la inmediatez de los medios
de electrónicos de comunicación, hoy el término unifica el sentido de la
globalización en general.
[2]
SALVADORI, Massimo. Breve historia del siglo XX. Alianza editorial. Madrid.
2005. Pág. 184.
[3] Citado en BOGADO Rolón, Oscar.
Las circunstancias de la raíz. Ed. del autor. Asunción. 2007. Pág. 66.
[4]http://www.abc.com.py/edicion-impresa/internacionales/lo-tecnicamente-posible-no-siempre-es-bueno-moralmente-397188.html
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