Letras reaccionarias: Barrett y Roa ante el poder.
Contexto
La expresión literaria
como acción y reacción interpretativa de la realidad, es funcional a la
construcción de la identidad de un pueblo, mediante diferentes escalas
narrativas. El poder político como contenido temático, se inscribe a modo de
elemento cultural, cuando el ejercicio de una literatura relegada y tardía
encuentra su dinámica a inicios del siglo XX en Paraguay.
Las crónicas de
exploradores y los escritos de los jesuitas constituyen parte de la escasa expresión
literaria de la época colonial. Luego de la emancipación política de la
provincia, durante el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia, en el
proceso de formación del Estado-nación, encontramos un paréntesis de absoluta
improductividad literaria. Ya durante el gobierno de Carlos A. López, se inicia
el periodismo escrito con el semanario “El Paraguayo Independiente” editado
desde el año 1845 hasta 1853. Además fue editado el “Semanario de Conocimiento
y Avisos Útiles” de 1853 a 1868, el “Eco del Paraguay” de 1855 a 1857
y la revista “La Aurora”, de 1860 a 1861. De ésta última, el padre Ildefonso Bermejo expresaba
a modo de editorial del primer número, que:
(...) el Gobierno del Paraguay abre un nuevo camino a la civilización,
presentando un pacífico palenque donde aparezcan los hombres con sus ideas,
donde puedan consignarse literariamente los resultados de sus desvelos (...). Esta es la noble misión encomendada a los
redactores de La Aurora. Inspirados por un sentimiento de moralidad, escribirán
para formar el espíritu y el corazón del pueblo, porque alimentan la persuasión
de que el pueblo escucha con placer a los que le aman. El periodismo político
no debe ser alimento exclusivo de la inteligencia humana. Elevada es la misión
de los paraguayos dedicados a este gran pensamiento (BERMEJO: 1860, 2).
De esta manera, en estas
publicaciones logradas con la colaboración de los alumnos de Filosofía además
de personajes extranjeros, encontramos patentado el discurso oficial de la
época, enmarcadas en una causa nacional mediante la propia imprenta y tutela
del gobierno. Luego, durante la Guerra contra la Triple Alianza, se recurrió al
periodismo de trinchera con la publicación de “El Centinela”, “Cabichu’í”,
“Cacique Lambaré” y “La Estrella”, dotados de lenguaje popular y directo,
alternando entre el castellano y el guaraní, e incluyendo imágenes expresivas
que reflejaban el ingenio y el humor paraguayo. Estas publicaciones tenían como
objetivo mantener un flujo de comunicación efectiva a pesar del conflicto
bélico, con el aliciente de cohesión social y moralización de la población.
Posteriormente, a partir
de la década de 1870 encontramos a actores políticos que por fuerza de las
circunstancias publicaron literatura de contenido histórico y político, cuando
la Guerra Grande y sus protagonistas eran el tema recurrente a ser expuesto. Nos
encontramos en el umbral del siglo XX, ocupado por la generación del novecientos[1]
que alcanza una capacidad comunicativa y de difusión de ideas sin precedentes
por parte de sus integrantes[2],
siendo la Universidad Nacional de Asunción, el Colegio Nacional de la Capital y
el Instituto Paraguayo las tres instituciones aglutinantes de los nuevos
valores.
Respecto a la temática
abordada por la generación del novecientos, la historia se sitúa con
preponderancia, según se lee a continuación:
El pasado obsesionaba en el Paraguay del 900. De ahí que la
literatura fuera ante todo una historiografía de clamoroso afán reivindicador,
agresivamente nacionalista, para lanzar un mentís al vencedor, y una poesía y
una narrativa de tema heroico, por un lado, o de idealización idílica y
sentimental por otro. (…) un relato cargado de exaltación romántica
que ofreciera una imagen consoladora por el esplendor de su grandeza moral, iba
a interesar más que el actual “dolor paraguayo”. (RODRÍGUEZ-ALCALÁ: 1990, 82).
Las acuciantes
consecuencias de la Guerra contra la Triple Alianza, imponían un ambiente en
que la necesidad de regeneración y reivindicación alertaban las tareas
pendientes: un compromiso ineludible con el país. El sentido del trabajo y la
educación, eran los parámetros en que la colectividad reunía sus recursos para
la producción en general.
En este contexto,
considerando la conciencia común del Paraguay de entonces, cuyas fuerzas
morales aún se rebuscaban para vigorizarse, la literatura era un canal propicio
para la mirada altiva sobre el pasado mediante la exaltación de valores. El
cuestionamiento sobre los temas tratados en esa época, lo plantea Hugo
Rodríguez-Alcalá en los siguientes términos:
¿Podría entusiasmar en el Paraguay de a comienzos del siglo,
una literatura de crítica social, de denuncia de injusticias y miserias de la
hora presente? Si esta literatura no podía entusiasmar ni influir en aquel
tiempo, ¿era ello debido a una actitud conservadurista de lo político-social -
como se ha afirmado – o a una necesidad de embellecer la imagen de lo
paraguayo? No demos una respuesta tajante porque rara vez las cosas humanas son
sencillas y transparentes. Digamos, sí, que en aquella época - y después - fue
una vital necesidad exaltar lo nacional merced a una glorificación del pasado (Ibíd., 86).
La temática en discusión
se ilustra luego de la edición de la novela “Ignacia” (1905) del autor José
Rodríguez Alcalá, cuando Rafael Barrett contesta a la corriente historicista su
objeción al oficio literario según se lee:
“Lucio Orfilio se lamenta de que Alcalá lo vea todo tan negro; saca en
consecuencia que el joven escritor debe haber sufrido mucho (…) “Resulta
injusto echar en cara a Rodríguez Alcalá que le interesen los dolores actuales.
Resulta excesivo declarar la realidad asunto de importancia. ¿Se teme ver la
poesía convertida en procedimiento fotográfico? No. La realidad y la belleza
son íntimamente enemigas… El artista, esclavo a veces de la realidad en la
lucha por la conquista del pan, es siempre soberano de ella por el pensamiento…
Lejos de copiar, rompe con altivo desdén el tosco modelo, y su cincel
orgulloso, empujado por la idea, hiere infatigablemente el bloque bárbaro.
Zola, el gran romántico, no es grande por haber calcado la verdad, sino por
haberla desfigurado, haciendo de ella lo que jamás es: un poema… (Ibíd, 87-88).
Es así como la vocación
libertaria de Barrett infunde una interpretación alternativa en la literatura
de entonces, sirviendo de contrapeso a lo épico nacional[3].
Al plantear el temor a una expresión libre convertida en una imagen de la actualidad
de entonces, el español hace referencia a una élite conservadora y el recelo a la
posibilidad de ver la actividad literaria como registro de la realidad,
valorando además su funcionalidad. Es más ilustrativo aún, al citar a Emile
Zola, quien fuera un escritor de sentido crítico y activo en su sociedad, siendo
actualmente un paradigma de la función del intelectual comprometido[4].
De esta manera, vemos
configurado el contexto literario de la generación del 900, con la discordante
presencia de Barrett, cuya proyección en los años siguientes podemos entreverla
en los términos de Josefina Plá, que dice:
Si Rafael Barrett (1875-1910) en 1910 había lanzado, en un
medio extasiado en la autocontemplación conservadurista —tal una pedrada contra
un vidrio— su Dolor paraguayo, esta invitación a un examen desprejuiciado de la
realidad circundante sólo había sido recogida, para rematarla en quiebro
sentimental, en Aurora (1920), de Juan Stefanich (1888). (PLÁ: 1969, 641).
La producción literaria del
Paraguay de esos años ha sido enmarcada entre el romanticismo tardío y un
modernismo en desarrollo[5],
en cuyo transcurso debemos considerar las obras de Julio Correa, Gabriel
Casaccia, José María Rivarola Matto, entre otros. Es entonces cuando un nuevo
evento obliga a concentrar los recursos en la defensa territorial del país: los
prolegómenos de la Guerra del Chaco (1932-1935), el propio conflicto y sus consecuencias
posteriores embargaron la producción literaria en el país, aun considerando la
presencia de autores populares como Emiliano R. Fernández, Darío Gómez Serrato,
Basiliano Caballero Irala y otros que se destacaron en canciones y versos. En
materia de narrativa cabe citar a Arnaldo Valdovinos y José Villarejo quienes
tomaron inspiración en la confrontación chaqueña.
El siguiente hecho
determinante en la consecución de la vida política y cultural del Paraguay fue
la Revolución de 1947, que en sus seis meses de duración dejó huellas profundas
al momento de dividir a la sociedad de aquel tiempo. Es entonces cuando encontramos
al joven escritor Roa Bastos expulsado por la
violencia de la guerra civil rumbo a Buenos Aires. Pero Roa no se aísla en la
distancia de su tierra, sino va acompañado del bagaje de sus vivencias e
impresiones propias del país que continúa observando, y en 1953 edita su primer
compendio de cuentos “El trueno entre las hojas”, iniciando la forma narrativa
de su imaginario desde su perspectiva intelectual. Esta transición es ilustrada
por Josefina Plá al explicar que:
Roa Bastos fue, al principio de su carrera literaria, un
poeta de projimidad; su abandono de la poesía por la narrativa fue el resultado
de algo así como una crisis de conciencia: luego del conflicto de Concepción,
el escritor consideró que la narrativa abría mayores posibilidades a su fervor
humanístico y denunciatorio. (Ibíd., 647).
Ya embarcado sobre las
profundas aguas de la prosa, concibe una obra cuyos personajes rurales se
debaten entre el español y el guaraní, evocando historias y tradiciones propias
del Paraguay: la edición de Hijo de Hombre en 1960 lo sitúa como un nuevo
referente de la literatura a nivel regional. El propio Roa, al rememorar esa
época, nos dice en 1982 que:
Con esta novela iniciaba una trilogía narrativa inspirada en
la vida y en la historia de la sociedad paraguaya. Hijo de Hombre, Yo El
Supremo y El Fiscal (…) se han ido elaborando lentamente, amasados en los zumos
de la realidad paraguaya, en las entrañas y trágicas peripecias de su vida
histórica y social: esa realidad que delira y que nos hecha al rostro ráfagas
de su enorme historia, según la sintió y describió Rafael Barrett a comienzos
de siglo.
(ROA: 1994, 9).
La sentencia es explícita:
Barrett influenció profundamente en Roa mediante el carácter pedagógico
formativo de sus textos. Esas letras anidadas con la pasión e inquietud propias
de la humanidad de un literato, dieron pábulo a la afición literaria de Don
Augusto, quien con su obra más refinada logró concentrar la figura de Rodríguez
de Francia, en el más técnico de sus alegatos sobre el ejercicio autocrático
poder.
En el breve trayecto
literario trazado hasta aquí, se distingue el entrelazado vivencial de Barrett
y Roa, quienes a pesar de ejercer el oficio de las letras con décadas de
separación, encontraron el acicate para el ejercicio literario ante
circunstancias políticas y sociales similares, logrando cada uno la
trascendencia a través de sus obras. En este contexto, el ostracismo surge como
determinante en la vida de nuestros personajes, quienes encaran la fuerza del
poder hasta asimilarlo mediante la pluma.
En el primer caso, la deportación del
país ordenada por Albino Jara, que mantuvo al español errante entre Brasil y
Uruguay hasta el retorno que se hizo posible mediante su confinamiento en
Yabebyry, Misiones. En el caso de Roa, el gobierno nacionalista de Higinio
Morínigo, cuyo Ministro de Hacienda, Natalicio González, guardaba especial
encono hacia el novel escritor, causaron el largo destierro de Don Augusto, reimpuesto
luego en 1982 durante el gobierno de Alfredo Stroessner.
Barrett y Roa se vieron
enfrentados ante el poder. La reacción fue el trazado literario que cada uno desarrolló
como protagonista de su tiempo, con simples plumas devenidas en instrumentos de
disección denunciatoria. Vemos entonces la actividad política y su capacidad
propulsora, como marco definitorio de la producción literaria para Barrett,
quien vive y sobrevive los primeros años de desgobierno del Partido Liberal,
cuando a su vez Roa Bastos experimenta la Guerra Civil de 1947 y sus lacerantes
consecuencias.
Ideas y actores
La memoria puede ser valorada
como un soporte de hechos pasados relevantes, el cual está sujeto a la
capacidad de recordar información consolidada o actualizable desde el presente.
Dejando de lado los postulados de la historia o de la sociología, podemos decir
que la literatura tiene la capacidad de recrear esa memoria mediante patrones
narrativos que evocan personajes y hechos que en mayor o menor medida
determinaron nuestro presente, el país actual.
El arte es testimonio y su
difusión e interpretación son prácticas constructivas de una cultura con
capacidad de crear pertenencia: hallamos símbolos y los reconocemos como propios
de cierta identidad. El poder político y el ejercicio de la autoridad en
Paraguay se inscriben como elementos temáticos de carácter histórico con
profundos efectos sociales, que en la actualidad, mediante la validación o
impugnación de hechos controvertidos, nos convierte en integrantes y hacedores de
nuestra memoria colectiva.
Entonces, al momento de considerar la objetividad practicada
por actores políticos que fueron a su vez historiadores, o de escritores que
sufrieron el menoscabo por parte del poder imperante, cabe hablar de la
intersubjetividad[6]
entre los protagonistas[7],
como proceso dialéctico constructivo.
Justamente, Barrett en
junio de 1910, seguramente motivado por el entrecruce de palabras que mantuvo con
Manuel Domínguez meses antes, publica el artículo “Polémicas”, en que destaca
el carácter subjetivo de las discusiones, preponderante sobre el fondo de la
cuestión discutida, según se lee:
Toda polémica es en el
fondo una cuestión personal. Pretender que combatan las ideas sin que al mismo
tiempo choquen sus envolturas vivas, las personas, es pretender lo imposible.
Por eso, las polémicas, muy significativas como síntoma moral, son casi siempre
estériles para la ciencia o el arte (BARRET: 1996, 162).
Sin embargo, a pesar de
impugnar la objetividad en las discusiones, el español otorga relevancia a la
práctica discursiva entre posiciones confrontadas, como indicativas de aspectos
culturales de una sociedad, lo cual se explica seguidamente con palabras del
autor:
En cambio, las polémicas
nos descubren el corazón y los nervios de un individuo, de una ciudad, de una
nación entera. Lo discutido queda en la sombra. Los intereses de los
discutidores salen a la luz del día. La polémica es siempre un precioso
documento histórico (ibíd, 163).
De esta manera, Barrett
alude a la práctica de una lectura criteriosa, con especial observancia sobre
los discutidores, quienes exponen sus intereses al difundir su ánimo
discursivo, mostrándonos caracteres propios de aquella sociedad - tal vez
presentes en la actualidad -, todo lo cual debe ser valorado al momento de
interpretar nuestra historia.
En esta introspección
entre las palabras escritas, cruzadas, impugnadas, relegadas, interpretadas y
recreadas, se suma Roa Bastos, quien aludiendo a la perspicacia de Barrett, en
el prólogo del “El dolor paraguayo” escribió:
Muchas conjeturas se han ensayado para explicar lo
inexplicable; es decir lo que por tan obvio resulta inexplicable. Al pretender
escapar de la “mitología” como coartada de la historia, algunos caen en otro
atajo peor: el de querer explicar por la vía del absurdo una realidad anómala,
cuando esta anomalía se explica precisamente por la simplicidad de sus
contradicciones; contradicciones por lo demás típicas y características de
nuestras colectividades víctimas del atraso (BARRETT: 2010, 9).
Don Augusto también se
plantea la revisión futura de la obra de Barrett, su aptitud para aprehender la
realidad en que discurrió y una eventual metodología de medición desarrollada
con menor o mayor rigor a pesar de la pasión presente en sus expresiones. Nos
dice Roa:
Alguna vez estudiarán analítica y críticamente la actitud y
los métodos que empleó Barrett para mensurar la realidad social paraguaya, y se
verá si la falta de rigor, la apasionada y utópica impulsividad de su credo
libertario, que le censuraron entonces, carecieron o no de razón. Y lo que es
más importante, se comprobará la potencia de estímulo fermentario y
fertilizados emanado de su vida y de su obra. (Ibíd.,
25).
Los escritos de Barrett
hoy nos llegan cuales cápsulas de realidad de su época. El Paraguay de inicios
del siglo XX puede ser leído y reconocido desde una perspectiva distinta a los
clásicos autores que conocemos. Este extranjero lo hizo posible, a partir de
las peripecias que le tocó vivir.
Barrett y Roa ante
el poder
Barrett llega al Paraguay atraído
por los efectos de su convulsión política. En octubre de 1904 se instala en
Villeta como corresponsal del periódico “El Tiempo” de Buenos Aires, para
cubrir la revolución del Partido Liberal que llegaría al poder tras décadas de
postergación, al derrocar al entonces mandatario Juan B. Escurra.
La acción literaria de Barrett
vinculada a la política en Paraguay es preponderante, desde la publicación de
su primer artículo “La verdadera política”, del 26 de enero de 1905, sin dejar
de lado las conferencias dictadas a los obreros y la aparición de dos de sus
denuncias más relevantes para la época: “Lo que son los yerbales” y “Bajo el
terror”, ambas de 1908.
Desde su compromiso por una
causa revolucionaria, pasando por el desencanto, hasta llegar a sus
impugnaciones y exhortaciones a ignorar la política y abstenerse de la
militancia, Barrett llega a niveles explícitos, lanzando al público
planteamientos como los siguientes:
Existe una política fecunda: no hacer política; una
manera eficaz de conseguir el poder: huir del poder y trabajar en casa. (Barrett: 2011, 151).
(…) es forzoso desinfectar la generación presente, y
educar la generación venidera en el alejamiento de la política y en el
desprecio del poder. (ibíd., 155).
(…) es preferible no hacer política, sino deshacerla. (BARRETT:
1990, 207).
Pero estas aseveraciones
no implican un llamado al desorden o la dejadez, ellas tienen el valor de un
reclamo vehemente en nombre del trabajo y de la educación, mediante un
ejercicio de libre examen que evadiendo la fuerza o el terror de las armas, sea
capaz de crear un nuevo orden más allá del gobierno y de las leyes.
Si consideramos los años
minados de conspiraciones y levantamientos armados en que Barrett desarrolló su
actividad periodística, rodeado de partidos políticos fraccionados como los causantes
de la inestabilidad, encontramos un escenario para las reflexiones más virulentas,
según los términos que hemos visto.
A partir del Golpe de
Estado liderado por Albino Jara en julio de 1908, la Presidencia de la
República recae en Emiliano González Navero quien decreta el Estado de Sitio y
la disolución del Congreso Nacional. La fuerza impuesta por el sector radical
del Partido Liberal, se hace sentir al clausurar el periódico “Germinal” creado
por el propio Barrett con la colaboración de Guillermo Bertotto. Consecuente a
su afán de justicia, difunde a modo de panfleto el texto “Bajo el terror”, en
que además de ilustrar la situación del ciudadano común en el interior del
país, señala al miedo como el método de control social impuesto por un sistema
apoyado en la fuerza de las armas. Nos dice que en esos días no existía unanimidad
ni opinión pública, “no hay más que terror” reclama desde el desorden. Arguye que
la verdad y la justicia no son extranjeras en ningún sitio del mundo y hace una
llamada, una vehemente moción de orden para restablecer nociones elementales de
convivencia nacional en contra de lo que hoy conocemos como Terrorismo de
Estado. Barrett, con su pluma acerada se pregunta:
¿Esto una República? ¿Esto una sociedad humana? Mientras no
tengamos derecho de defendernos al sol, de ver cara a cara todo lo que contra
nosotros se asesta, no seremos la nación sino la horda. (ibíd., 182).
Más allá de los hechos
concretos, de números trágicos y leyes violadas, con aquella recensión Barrett exige
el respeto del derecho a una legítima defensa, dejando inscripta en la
historiografía paraguaya una interpelación gráfica a favor del debido proceso, señalando
además a la transparencia y la publicidad como condiciones básicas para el acceso
a la justicia, valores que son reivindicados hasta nuestros días.
En la actualidad, podemos teorizar diciendo que el medio del que se sirve
el poder político, a diferencia del económico y el ideológico, es la fuerza.
Barrett entendió esto y aseveró que a la fuerza sólo se podrá enfrentar con la
fuerza, como único recurso capaz de imponer ideas constructivas, dotado de
carácter y determinación. Con su acostumbrada elocuencia, el español aduce lo
siguiente:
El genio no es nada sin carácter. Si somos cobardes nuestras
ideas lo serán también, y no se atreverán a dejar su rincón oscuro para salir a
la luz. Es necesario no proponerlas, sino imponerlas. Sólo resiste a la fuerza
lo que la fuerza construye (WARLEY: 1987, 50).
La firme demanda y el
aliento para imponer una resistencia contra las injusticias del aparato estatal
llevaban el nombre de Rafael Barrett. El ímpetu de las palabras entintadas en
contra del gobierno de Albino Jara le valió el destierro al español. Sin
embargo, esta condición de exclusión no lo amilanó aun encontrándose enfermo, sino
que continuó escribiendo con su habitual estilo hasta su fallecimiento en 1910.
Décadas después, esa porfía fue secundada por Augusto Roa Bastos luego de la Guerra
Civil de 1947.
A los efectos de este
trabajo, se toma la emigración como denominador común entre Barrett y Roa
Bastos, además de consecuencia directa del sistema impuesto en Paraguay desde
1947, en el sentido de expulsión de ciudadanos opuestos al gobierno, con lo
cual se ausentaba del país una valiosa clase dirigente[8].
En este escenario, Roa fue desterrado y se instaló en Buenos Aires donde
desarrolló una fecunda carrera como escritor y guionista de cine.
Considerando la encomiable
labor de los intelectuales en el desarrollo cultural de un país, y su función
orientadora enmarcada en el respeto y la libre expresión, Roa Bastos expone su
ánimo opositor y declara necesaria y urgente la reflexión sobre la historia y
realidad que nos circunda. En el artículo “Los exilios del escritor en
Paraguay” (1978), presente en la compilación “Escritos Políticos” de reciente
edición, Roa explica que el poder civil fue totalmente anulado por un sistema
de poder militar-policial, en el que la condición de exiliados se confunde con
la de rehenes. Así, hace una distinción sobre la existencia de un lúgubre
exilio interior según se lee:
(...) los que tienen el coraje
ético de pensar y el corazón físico de actuar, son arrojados al destierro, a la
proscripción o al encierro de los calabozos, que es la forma de proscripción más
cruel en el exilio interior (ROA BASTOS: 2017, 22).
En este sentido, el autor
formula categorías de censuras sufridas por el escritor como la autocensura
consciente y la inconsciente, impuestos a su vez bajo el control inquisitorial
sistemático. Encontramos además lo que él llamó “alienación ética”, que opera
en contra de la capacidad imaginativa del literato, en desmedro de su lenguaje
y debilitando la conciencia crítica que constituyen a su vez la degradación de
la personalidad del escritor.
La acción y la exclusión
se presentan como un sistema binario consecuente en la dinámica política
paraguaya. Roa Bastos fue uno de quienes vivieron el desahucio violento en su
propio país, lo que motivó gran parte de su obra en distintos géneros
literarios.
Desde el exilio, Roa
Bastos logra componer y editar en 1974 la novela “Yo el Supremo”, con la cual
pasa a ocupar un sitial como referente de la literatura latino americana[9],
en cuya obra interpreta y recrea el oficio del poder centrado en la figura de
José Gaspar Rodríguez de Francia. Considerando que su análisis excede los fines
del presente ensayo, digamos simplemente que Roa construyó una catedral
literaria en que las superposiciones de personajes y hechos se acomodan
mediante un anacronismo deliberado, mientras el compilador presenta un
protagonista omnisciente, debatido entre anotaciones de un cuaderno privado y
circulares perpetuas, adicionando glosas sobre el cimiento de la historia
oficial y sus versiones alternativas. Todo esto a modo de diatriba contra la
concentración unipersonal del poder y su ejercicio autoritario.
Según lo vemos, Don
Augusto fue consecuente con la visión del intelectual comprometido, sugerida por
primera vez en Paraguay de manera tan espontánea por parte de Rafael Barrett.
La siguiente cita podría ser atribuida a cualquiera de los dos:
Los escritores, narradores
y poetas paraguayos, ensordecidos por el clamor incesante que brota de la
historia, ofuscados por la visión pesadillesca de la realidad, se sienten compelidos a una suerte de
compromiso primario de rebelión o de denuncia testimonial (ROA BASTOS:
2017, 27).
El referido clamor no solo afecta a literatos. A todos
constriñe lo que el derecho natural consagra. El compromiso a ser asumido es el
de no caer en la debilidad, pues entendemos que el poder opera en función a los
espacios vacíos que se conceden por lenidad o apatía. En la historia
contemporánea del Paraguay aún queda pendiente la lección de la ilegitimidad
del poder solventado sobre la fuerza de las armas. Si en algún momento existió
un olvido interesado o deliberado de la obra de Barrett, hoy no existe tal
cosa, sin embargo debemos saber que esta reivindicación será insuficiente si no
comprendemos a Roa cuando nos
dice que la mala memoria es dócil a
las intimidaciones de la mala conciencia.
Hermes Ramos Dávalos
BIBLIOGRAFÍA:
BARRETT, Rafael. El dolor paraguayo. Servilibro.
Asunción. 2010.
BARRETT, Rafael. Germinal. Antología. Ed. de Miguel Ángel
Fernández. El Lector. Asunción. 1996.
BARRETT, Rafael. Obras
Completas IV. RP Ediciones/ICI. Asunción. 1988-1990.
LA AURORA. Enciclopedia
mensual y popular, de ciencias, artes y literatura. Ed. D.I.A. Bermejo. 1860.
Año 1. Nro. 1. Consultada en http://www.portalguarani.com/816__enciclopedia_de_ciencias_artes_y_literatura_la_aurora/22115_revista_la_aurora__numero_1__redactor_en_jefe_y_responsable_diabermejo.html el 14/10/17.
PLÁ,
Josefina. La narrativa en el Paraguay de
1900 a la fecha. Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid. Nro. 231. 1969.
Consultado en http://www.cervantesvirtual.com/obra/cuadernos-hispanoamericanos-64/ el 10/14/17.
ROA Bastos, Augusto. Hijo de hombre. El Lector. Asunción.
1994.
RODRÍGUEZ-ALCALÁ, Hugo. Augusto Roa Bastos. Premio Cervantes 1989.
Ñanduti Vive/Intercontinental Editora. Asunción. 1990.
[1] La denominación se debe a Gualberto Cardús Huerta (1878-1949),
quien se refiere a su generación, los nacidos entre el 70 y 80.
[2] Raúl Amaral indica dos niveles en el proceso de influjo español en
Paraguay: el primero se inicia en la postguerra del 70, con la llegada de
varios maestros españoles hasta Rafael Barrett y Viriato Díaz Pérez. El segundo
consiste en la captación del ideario hispánico por parte de los novecentistas.
Ver AMARAL, Raúl. El novecentismo
paraguayo. Hombres e ideas de una generación fundamental del Paraguay. Servilibro.
Asunción. 2006.
[3] A partir del artículo “Lo que he visto” publicado en “El Nacional”
el 19/02/1910, se inicia la polémica entre Barrett y Manuel Domínguez, quien
responde con “Lo que no ha visto Barrett”. Éste replicó con “No mintáis”, que
fue contestado por “Distinguíd”, en que Domínguez ataca a la persona del
español, tratándolo de ignorante y calumniador. Véase “Contradicciones
ideológicas en el novecentismo paraguayo” de Miguel Ángel Fernández en http://grupoparaguay.org/P_Fernandez_2012.pdf.
[4] Zola publica su artículo “Yo acuso” en 1898, a favor de la causa del
militar francés de origen judío Alfred Dreyfus, en pleno debate sobre el
antisemitismo. Su intervención fue determinante al momento de influir en el
proceso judicial. A partir de su
inocencia, Dreyfus fue rehabilitado en 1906.
[5] Ver Antología de la
Literatura Paraguaya de Teresa Mendez-Faith. El Lector. Asunción 2004,
Francisco Pérez Maricevich, Roque Vallejo, entre otros.
[6] En sentido epistemológico, la posibilidad o imposibilidad de un
enfoque objetivo lleva a la necesidad de superar la oposición objetividad/subjetividad
con el concepto de intersubjetividad, fundada en el diálogo e intercambio
capaces de producir cultura.
[7] La polémica entre Cecilio Báez y Juan E. O´Leary sobre la figura
del Mcal. López es un ejemplo, donde encontramos la confrontación de una línea
liberal y otra nacionalista respectivamente, pero aún dentro de la corriente
historicista. Véase BREZZO, Liliana. Polémica
sobre la Historia del Paraguay. Tiempo de Historia. Asunción. 2008. Como se ha demostrado, Barrett irrumpe
notablemente en esa propensión, con su visión social y ánimo denunciatorio.
[8] Carlos Pastore provee una lista incompleta de ciudadanos
desterrados en vísperas del levantamiento armado de Concepción de 1947, en que
se distinguen más de cien personalidades entre políticos, militares,
profesionales, sindicalistas y estudiantes. Ver Prólogo de La fuga de intelectuales. Emigración paraguaya de Andrés Flores
Colombino. Ed. del autor. Uruguay. 1972.
[9] Es conocida la relación de tres obras paradigmáticas sobre las
dictaduras latino americanas y la visión metafórica que las abarca. Rosalba Campra
en América
Latina: la identidad y la máscara. Siglo XXI Editores. México. D.F. 1998,
cita como ejemplos: R. Bareiro Saguier, ponencia (sin título) en La letteratura latinoamericana e la sua
problemática europea, cit.; Á Rama, Los
dictadores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1976; A. B.
Dellepiane, “Tres novelas de la dictadura: El recurso del método; El otoño del patriarca; Yo el Supremo”, en Caravelle, num. 29, 1977; M. Benedetti, El recurso del supremo patriarca, México,
Nueva Imagen, 1979; B. Fouquès, “La autopsia del poder según Roa Bastos,
Carpentier y García Márquez”, en
Cuadernos Americanos, num. 28 (1), 1979.