domingo, 3 de junio de 2018


Letras reaccionarias: Barrett y Roa ante el poder.


                                                                                 Dibujo de Ange Potier en fronterad
            

Contexto

La expresión literaria como acción y reacción interpretativa de la realidad, es funcional a la construcción de la identidad de un pueblo, mediante diferentes escalas narrativas. El poder político como contenido temático, se inscribe a modo de elemento cultural, cuando el ejercicio de una literatura relegada y tardía encuentra su dinámica a inicios del siglo XX en Paraguay.

Las crónicas de exploradores y los escritos de los jesuitas constituyen parte de la escasa expresión literaria de la época colonial. Luego de la emancipación política de la provincia, durante el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia, en el proceso de formación del Estado-nación, encontramos un paréntesis de absoluta improductividad literaria. Ya durante el gobierno de Carlos A. López, se inicia el periodismo escrito con el semanario “El Paraguayo Independiente” editado desde el año 1845 hasta 1853. Además fue editado el “Semanario de Conocimiento y Avisos Útiles” de 1853 a 1868, el “Eco del Paraguay” de 1855 a 1857 y la revista “La Aurora”, de 1860 a 1861. De ésta última, el padre Ildefonso Bermejo expresaba a modo de editorial del primer número, que:

(...) el Gobierno del Paraguay abre un nuevo camino a la civilización, presentando un pacífico palenque donde aparezcan los hombres con sus ideas, donde puedan consignarse literariamente los resultados de sus desvelos (...). Esta es la noble misión encomendada a los redactores de La Aurora. Inspirados por un sentimiento de moralidad, escribirán para formar el espíritu y el corazón del pueblo, porque alimentan la persuasión de que el pueblo escucha con placer a los que le aman. El periodismo político no debe ser alimento exclusivo de la inteligencia humana. Elevada es la misión de los paraguayos dedicados a este gran pensamiento (BERMEJO: 1860, 2).

De esta manera, en estas publicaciones logradas con la colaboración de los alumnos de Filosofía además de personajes extranjeros, encontramos patentado el discurso oficial de la época, enmarcadas en una causa nacional mediante la propia imprenta y tutela del gobierno. Luego, durante la Guerra contra la Triple Alianza, se recurrió al periodismo de trinchera con la publicación de “El Centinela”, “Cabichu’í”, “Cacique Lambaré” y “La Estrella”, dotados de lenguaje popular y directo, alternando entre el castellano y el guaraní, e incluyendo imágenes expresivas que reflejaban el ingenio y el humor paraguayo. Estas publicaciones tenían como objetivo mantener un flujo de comunicación efectiva a pesar del conflicto bélico, con el aliciente de cohesión social y moralización de la población.

Posteriormente, a partir de la década de 1870 encontramos a actores políticos que por fuerza de las circunstancias publicaron literatura de contenido histórico y político, cuando la Guerra Grande y sus protagonistas eran el tema recurrente a ser expuesto. Nos encontramos en el umbral del siglo XX, ocupado por la generación del novecientos[1] que alcanza una capacidad comunicativa y de difusión de ideas sin precedentes por parte de sus integrantes[2], siendo la Universidad Nacional de Asunción, el Colegio Nacional de la Capital y el Instituto Paraguayo las tres instituciones aglutinantes de los nuevos valores.

Respecto a la temática abordada por la generación del novecientos, la historia se sitúa con preponderancia, según se lee a continuación:

El pasado obsesionaba en el Paraguay del 900. De ahí que la literatura fuera ante todo una historiografía de clamoroso afán reivindicador, agresivamente nacionalista, para lanzar un mentís al vencedor, y una poesía y una narrativa de tema heroico, por un lado, o de idealización idílica y sentimental por otro.  (…) un relato cargado de exaltación romántica que ofreciera una imagen consoladora por el esplendor de su grandeza moral, iba a interesar más que el actual “dolor paraguayo”. (RODRÍGUEZ-ALCALÁ: 1990, 82).

Las acuciantes consecuencias de la Guerra contra la Triple Alianza, imponían un ambiente en que la necesidad de regeneración y reivindicación alertaban las tareas pendientes: un compromiso ineludible con el país. El sentido del trabajo y la educación, eran los parámetros en que la colectividad reunía sus recursos para la producción en general.

En este contexto, considerando la conciencia común del Paraguay de entonces, cuyas fuerzas morales aún se rebuscaban para vigorizarse, la literatura era un canal propicio para la mirada altiva sobre el pasado mediante la exaltación de valores. El cuestionamiento sobre los temas tratados en esa época, lo plantea Hugo Rodríguez-Alcalá en los siguientes términos:

¿Podría entusiasmar en el Paraguay de a comienzos del siglo, una literatura de crítica social, de denuncia de injusticias y miserias de la hora presente? Si esta literatura no podía entusiasmar ni influir en aquel tiempo, ¿era ello debido a una actitud conservadurista de lo político-social - como se ha afirmado – o a una necesidad de embellecer la imagen de lo paraguayo? No demos una respuesta tajante porque rara vez las cosas humanas son sencillas y transparentes. Digamos, sí, que en aquella época - y después - fue una vital necesidad exaltar lo nacional merced a una glorificación del pasado (Ibíd., 86).

La temática en discusión se ilustra luego de la edición de la novela “Ignacia” (1905) del autor José Rodríguez Alcalá, cuando Rafael Barrett contesta a la corriente historicista su objeción al oficio literario según se lee:

Lucio Orfilio se lamenta de que Alcalá lo vea todo tan negro; saca en consecuencia que el joven escritor debe haber sufrido mucho (…) “Resulta injusto echar en cara a Rodríguez Alcalá que le interesen los dolores actuales. Resulta excesivo declarar la realidad asunto de importancia. ¿Se teme ver la poesía convertida en procedimiento fotográfico? No. La realidad y la belleza son íntimamente enemigas… El artista, esclavo a veces de la realidad en la lucha por la conquista del pan, es siempre soberano de ella por el pensamiento… Lejos de copiar, rompe con altivo desdén el tosco modelo, y su cincel orgulloso, empujado por la idea, hiere infatigablemente el bloque bárbaro. Zola, el gran romántico, no es grande por haber calcado la verdad, sino por haberla desfigurado, haciendo de ella lo que jamás es: un poema… (Ibíd, 87-88).

Es así como la vocación libertaria de Barrett infunde una interpretación alternativa en la literatura de entonces, sirviendo de contrapeso a lo épico nacional[3]. Al plantear el temor a una expresión libre convertida en una imagen de la actualidad de entonces, el español hace referencia a una élite conservadora y el recelo a la posibilidad de ver la actividad literaria como registro de la realidad, valorando además su funcionalidad. Es más ilustrativo aún, al citar a Emile Zola, quien fuera un escritor de sentido crítico y activo en su sociedad, siendo actualmente un paradigma de la función del intelectual comprometido[4].

De esta manera, vemos configurado el contexto literario de la generación del 900, con la discordante presencia de Barrett, cuya proyección en los años siguientes podemos entreverla en los términos de Josefina Plá, que dice:

Si Rafael Barrett (1875-1910) en 1910 había lanzado, en un medio extasiado en la autocontemplación conservadurista —tal una pedrada contra un vidrio— su Dolor paraguayo, esta invitación a un examen desprejuiciado de la realidad circundante sólo había sido recogida, para rematarla en quiebro sentimental, en Aurora (1920), de Juan Stefanich (1888). (PLÁ: 1969, 641).

La producción literaria del Paraguay de esos años ha sido enmarcada entre el romanticismo tardío y un modernismo en desarrollo[5], en cuyo transcurso debemos considerar las obras de Julio Correa, Gabriel Casaccia, José María Rivarola Matto, entre otros. Es entonces cuando un nuevo evento obliga a concentrar los recursos en la defensa territorial del país: los prolegómenos de la Guerra del Chaco (1932-1935), el propio conflicto y sus consecuencias posteriores embargaron la producción literaria en el país, aun considerando la presencia de autores populares como Emiliano R. Fernández, Darío Gómez Serrato, Basiliano Caballero Irala y otros que se destacaron en canciones y versos. En materia de narrativa cabe citar a Arnaldo Valdovinos y José Villarejo quienes tomaron inspiración en la confrontación chaqueña.

El siguiente hecho determinante en la consecución de la vida política y cultural del Paraguay fue la Revolución de 1947, que en sus seis meses de duración dejó huellas profundas al momento de dividir a la sociedad de aquel tiempo. Es entonces cuando encontramos al joven escritor Roa Bastos expulsado por la violencia de la guerra civil rumbo a Buenos Aires. Pero Roa no se aísla en la distancia de su tierra, sino va acompañado del bagaje de sus vivencias e impresiones propias del país que continúa observando, y en 1953 edita su primer compendio de cuentos “El trueno entre las hojas”, iniciando la forma narrativa de su imaginario desde su perspectiva intelectual. Esta transición es ilustrada por Josefina Plá al explicar que:

Roa Bastos fue, al principio de su carrera literaria, un poeta de projimidad; su abandono de la poesía por la narrativa fue el resultado de algo así como una crisis de conciencia: luego del conflicto de Concepción, el escritor consideró que la narrativa abría mayores posibilidades a su fervor humanístico y denunciatorio. (Ibíd., 647).

Ya embarcado sobre las profundas aguas de la prosa, concibe una obra cuyos personajes rurales se debaten entre el español y el guaraní, evocando historias y tradiciones propias del Paraguay: la edición de Hijo de Hombre en 1960 lo sitúa como un nuevo referente de la literatura a nivel regional. El propio Roa, al rememorar esa época, nos dice en 1982 que:

Con esta novela iniciaba una trilogía narrativa inspirada en la vida y en la historia de la sociedad paraguaya. Hijo de Hombre, Yo El Supremo y El Fiscal (…) se han ido elaborando lentamente, amasados en los zumos de la realidad paraguaya, en las entrañas y trágicas peripecias de su vida histórica y social: esa realidad que delira y que nos hecha al rostro ráfagas de su enorme historia, según la sintió y describió Rafael Barrett a comienzos de siglo. (ROA: 1994, 9).

La sentencia es explícita: Barrett influenció profundamente en Roa mediante el carácter pedagógico formativo de sus textos. Esas letras anidadas con la pasión e inquietud propias de la humanidad de un literato, dieron pábulo a la afición literaria de Don Augusto, quien con su obra más refinada logró concentrar la figura de Rodríguez de Francia, en el más técnico de sus alegatos sobre el ejercicio autocrático poder.

En el breve trayecto literario trazado hasta aquí, se distingue el entrelazado vivencial de Barrett y Roa, quienes a pesar de ejercer el oficio de las letras con décadas de separación, encontraron el acicate para el ejercicio literario ante circunstancias políticas y sociales similares, logrando cada uno la trascendencia a través de sus obras. En este contexto, el ostracismo surge como determinante en la vida de nuestros personajes, quienes encaran la fuerza del poder hasta asimilarlo mediante la pluma. 

En el primer caso, la deportación del país ordenada por Albino Jara, que mantuvo al español errante entre Brasil y Uruguay hasta el retorno que se hizo posible mediante su confinamiento en Yabebyry, Misiones. En el caso de Roa, el gobierno nacionalista de Higinio Morínigo, cuyo Ministro de Hacienda, Natalicio González, guardaba especial encono hacia el novel escritor, causaron el largo destierro de Don Augusto, reimpuesto luego en 1982 durante el gobierno de Alfredo Stroessner.

Barrett y Roa se vieron enfrentados ante el poder. La reacción fue el trazado literario que cada uno desarrolló como protagonista de su tiempo, con simples plumas devenidas en instrumentos de disección denunciatoria. Vemos entonces la actividad política y su capacidad propulsora, como marco definitorio de la producción literaria para Barrett, quien vive y sobrevive los primeros años de desgobierno del Partido Liberal, cuando a su vez Roa Bastos experimenta la Guerra Civil de 1947 y sus lacerantes consecuencias.
           

Ideas y actores



La memoria puede ser valorada como un soporte de hechos pasados relevantes, el cual está sujeto a la capacidad de recordar información consolidada o actualizable desde el presente. Dejando de lado los postulados de la historia o de la sociología, podemos decir que la literatura tiene la capacidad de recrear esa memoria mediante patrones narrativos que evocan personajes y hechos que en mayor o menor medida determinaron nuestro presente, el país actual.

El arte es testimonio y su difusión e interpretación son prácticas constructivas de una cultura con capacidad de crear pertenencia: hallamos símbolos y los reconocemos como propios de cierta identidad. El poder político y el ejercicio de la autoridad en Paraguay se inscriben como elementos temáticos de carácter histórico con profundos efectos sociales, que en la actualidad, mediante la validación o impugnación de hechos controvertidos, nos convierte en integrantes y hacedores de nuestra memoria colectiva. 

De esta manera, “el libre examen” que Barrett propugnaba como base de nuestra prosperidad intelectual, trata de hacerse camino en la contemporaneidad, tratando que el ejercicio crítico sea capaz de sopesar los testimonios, leer entre líneas sin apegos previos ni atavismos prejuiciosos. 

Entonces, al momento de considerar la objetividad practicada por actores políticos que fueron a su vez historiadores, o de escritores que sufrieron el menoscabo por parte del poder imperante, cabe hablar de la intersubjetividad[6] entre los protagonistas[7], como proceso dialéctico constructivo.
Justamente, Barrett en junio de 1910, seguramente motivado por el entrecruce de palabras que mantuvo con Manuel Domínguez meses antes, publica el artículo “Polémicas”, en que destaca el carácter subjetivo de las discusiones, preponderante sobre el fondo de la cuestión discutida, según se lee:

Toda polémica es en el fondo una cuestión personal. Pretender que combatan las ideas sin que al mismo tiempo choquen sus envolturas vivas, las personas, es pretender lo imposible. Por eso, las polémicas, muy significativas como síntoma moral, son casi siempre estériles para la ciencia o el arte (BARRET: 1996, 162).

Sin embargo, a pesar de impugnar la objetividad en las discusiones, el español otorga relevancia a la práctica discursiva entre posiciones confrontadas, como indicativas de aspectos culturales de una sociedad, lo cual se explica seguidamente con palabras del autor:

En cambio, las polémicas nos descubren el corazón y los nervios de un individuo, de una ciudad, de una nación entera. Lo discutido queda en la sombra. Los intereses de los discutidores salen a la luz del día. La polémica es siempre un precioso documento histórico (ibíd, 163).

De esta manera, Barrett alude a la práctica de una lectura criteriosa, con especial observancia sobre los discutidores, quienes exponen sus intereses al difundir su ánimo discursivo, mostrándonos caracteres propios de aquella sociedad - tal vez presentes en la actualidad -, todo lo cual debe ser valorado al momento de interpretar nuestra historia.

En esta introspección entre las palabras escritas, cruzadas, impugnadas, relegadas, interpretadas y recreadas, se suma Roa Bastos, quien aludiendo a la perspicacia de Barrett, en el prólogo del “El dolor paraguayo” escribió:

Muchas conjeturas se han ensayado para explicar lo inexplicable; es decir lo que por tan obvio resulta inexplicable. Al pretender escapar de la “mitología” como coartada de la historia, algunos caen en otro atajo peor: el de querer explicar por la vía del absurdo una realidad anómala, cuando esta anomalía se explica precisamente por la simplicidad de sus contradicciones; contradicciones por lo demás típicas y características de nuestras colectividades víctimas del atraso (BARRETT: 2010, 9).

Don Augusto también se plantea la revisión futura de la obra de Barrett, su aptitud para aprehender la realidad en que discurrió y una eventual metodología de medición desarrollada con menor o mayor rigor a pesar de la pasión presente en sus expresiones. Nos dice Roa:

Alguna vez estudiarán analítica y críticamente la actitud y los métodos que empleó Barrett para mensurar la realidad social paraguaya, y se verá si la falta de rigor, la apasionada y utópica impulsividad de su credo libertario, que le censuraron entonces, carecieron o no de razón. Y lo que es más importante, se comprobará la potencia de estímulo fermentario y fertilizados emanado de su vida y de su obra. (Ibíd., 25).

Los escritos de Barrett hoy nos llegan cuales cápsulas de realidad de su época. El Paraguay de inicios del siglo XX puede ser leído y reconocido desde una perspectiva distinta a los clásicos autores que conocemos. Este extranjero lo hizo posible, a partir de las peripecias que le tocó vivir.

Barrett y Roa ante el poder

Barrett llega al Paraguay atraído por los efectos de su convulsión política. En octubre de 1904 se instala en Villeta como corresponsal del periódico “El Tiempo” de Buenos Aires, para cubrir la revolución del Partido Liberal que llegaría al poder tras décadas de postergación, al derrocar al entonces mandatario Juan B. Escurra.

La acción literaria de Barrett vinculada a la política en Paraguay es preponderante, desde la publicación de su primer artículo “La verdadera política”, del 26 de enero de 1905, sin dejar de lado las conferencias dictadas a los obreros y la aparición de dos de sus denuncias más relevantes para la época: “Lo que son los yerbales” y “Bajo el terror”, ambas de 1908.

Desde su compromiso por una causa revolucionaria, pasando por el desencanto, hasta llegar a sus impugnaciones y exhortaciones a ignorar la política y abstenerse de la militancia, Barrett llega a niveles explícitos, lanzando al público planteamientos como los siguientes:

Existe una política fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del poder y trabajar en casa. (Barrett: 2011, 151).
(…) es forzoso desinfectar la generación presente, y educar la generación venidera en el alejamiento de la política y en el desprecio del poder. (ibíd., 155).
(…) es preferible no hacer política, sino deshacerla. (BARRETT: 1990, 207).

Pero estas aseveraciones no implican un llamado al desorden o la dejadez, ellas tienen el valor de un reclamo vehemente en nombre del trabajo y de la educación, mediante un ejercicio de libre examen que evadiendo la fuerza o el terror de las armas, sea capaz de crear un nuevo orden más allá del gobierno y de las leyes. 

Si consideramos los años minados de conspiraciones y levantamientos armados en que Barrett desarrolló su actividad periodística, rodeado de partidos políticos fraccionados como los causantes de la inestabilidad, encontramos un escenario para las reflexiones más virulentas, según los términos que hemos visto.

A partir del Golpe de Estado liderado por Albino Jara en julio de 1908, la Presidencia de la República recae en Emiliano González Navero quien decreta el Estado de Sitio y la disolución del Congreso Nacional. La fuerza impuesta por el sector radical del Partido Liberal, se hace sentir al clausurar el periódico “Germinal” creado por el propio Barrett con la colaboración de Guillermo Bertotto. Consecuente a su afán de justicia, difunde a modo de panfleto el texto “Bajo el terror”, en que además de ilustrar la situación del ciudadano común en el interior del país, señala al miedo como el método de control social impuesto por un sistema apoyado en la fuerza de las armas. Nos dice que en esos días no existía unanimidad ni opinión pública, “no hay más que terror” reclama desde el desorden. Arguye que la verdad y la justicia no son extranjeras en ningún sitio del mundo y hace una llamada, una vehemente moción de orden para restablecer nociones elementales de convivencia nacional en contra de lo que hoy conocemos como Terrorismo de Estado. Barrett, con su pluma acerada se pregunta:

¿Esto una República? ¿Esto una sociedad humana? Mientras no tengamos derecho de defendernos al sol, de ver cara a cara todo lo que contra nosotros se asesta, no seremos la nación sino la horda. (ibíd., 182).

Más allá de los hechos concretos, de números trágicos y leyes violadas, con aquella recensión Barrett exige el respeto del derecho a una legítima defensa, dejando inscripta en la historiografía paraguaya una interpelación gráfica a favor del debido proceso, señalando además a la transparencia y la publicidad como condiciones básicas para el acceso a la justicia, valores que son reivindicados hasta nuestros días.

En la actualidad, podemos teorizar diciendo que el medio del que se sirve el poder político, a diferencia del económico y el ideológico, es la fuerza. Barrett entendió esto y aseveró que a la fuerza sólo se podrá enfrentar con la fuerza, como único recurso capaz de imponer ideas constructivas, dotado de carácter y determinación. Con su acostumbrada elocuencia, el español aduce lo siguiente:

El genio no es nada sin carácter. Si somos cobardes nuestras ideas lo serán también, y no se atreverán a dejar su rincón oscuro para salir a la luz. Es necesario no proponerlas, sino imponerlas. Sólo resiste a la fuerza lo que la fuerza construye (WARLEY: 1987, 50).

La firme demanda y el aliento para imponer una resistencia contra las injusticias del aparato estatal llevaban el nombre de Rafael Barrett. El ímpetu de las palabras entintadas en contra del gobierno de Albino Jara le valió el destierro al español. Sin embargo, esta condición de exclusión no lo amilanó aun encontrándose enfermo, sino que continuó escribiendo con su habitual estilo hasta su fallecimiento en 1910. Décadas después, esa porfía fue secundada por Augusto Roa Bastos luego de la Guerra Civil de 1947.

A los efectos de este trabajo, se toma la emigración como denominador común entre Barrett y Roa Bastos, además de consecuencia directa del sistema impuesto en Paraguay desde 1947, en el sentido de expulsión de ciudadanos opuestos al gobierno, con lo cual se ausentaba del país una valiosa clase dirigente[8]. En este escenario, Roa fue desterrado y se instaló en Buenos Aires donde desarrolló una fecunda carrera como escritor y guionista de cine.

Considerando la encomiable labor de los intelectuales en el desarrollo cultural de un país, y su función orientadora enmarcada en el respeto y la libre expresión, Roa Bastos expone su ánimo opositor y declara necesaria y urgente la reflexión sobre la historia y realidad que nos circunda. En el artículo “Los exilios del escritor en Paraguay” (1978), presente en la compilación “Escritos Políticos” de reciente edición, Roa explica que el poder civil fue totalmente anulado por un sistema de poder militar-policial, en el que la condición de exiliados se confunde con la de rehenes. Así, hace una distinción sobre la existencia de un lúgubre exilio interior según se lee:

(...) los que tienen el coraje ético de pensar y el corazón físico de actuar, son arrojados al destierro, a la proscripción o al encierro de los calabozos, que es la forma de proscripción más cruel en el exilio interior (ROA BASTOS: 2017, 22).

En este sentido, el autor formula categorías de censuras sufridas por el escritor como la autocensura consciente y la inconsciente, impuestos a su vez bajo el control inquisitorial sistemático. Encontramos además lo que él llamó “alienación ética”, que opera en contra de la capacidad imaginativa del literato, en desmedro de su lenguaje y debilitando la conciencia crítica que constituyen a su vez la degradación de la personalidad del escritor.

La acción y la exclusión se presentan como un sistema binario consecuente en la dinámica política paraguaya. Roa Bastos fue uno de quienes vivieron el desahucio violento en su propio país, lo que motivó gran parte de su obra en distintos géneros literarios.

Desde el exilio, Roa Bastos logra componer y editar en 1974 la novela “Yo el Supremo”, con la cual pasa a ocupar un sitial como referente de la literatura latino americana[9], en cuya obra interpreta y recrea el oficio del poder centrado en la figura de José Gaspar Rodríguez de Francia. Considerando que su análisis excede los fines del presente ensayo, digamos simplemente que Roa construyó una catedral literaria en que las superposiciones de personajes y hechos se acomodan mediante un anacronismo deliberado, mientras el compilador presenta un protagonista omnisciente, debatido entre anotaciones de un cuaderno privado y circulares perpetuas, adicionando glosas sobre el cimiento de la historia oficial y sus versiones alternativas. Todo esto a modo de diatriba contra la concentración unipersonal del poder y su ejercicio autoritario.

Según lo vemos, Don Augusto fue consecuente con la visión del intelectual comprometido, sugerida por primera vez en Paraguay de manera tan espontánea por parte de Rafael Barrett. La siguiente cita podría ser atribuida a cualquiera de los dos:

Los escritores, narradores y poetas paraguayos, ensordecidos por el clamor incesante que brota de la historia, ofuscados por la visión pesadillesca de la realidad, se sienten compelidos a una suerte de compromiso primario de rebelión o de denuncia testimonial (ROA BASTOS: 2017, 27).

El referido clamor no solo afecta a literatos. A todos constriñe lo que el derecho natural consagra. El compromiso a ser asumido es el de no caer en la debilidad, pues entendemos que el poder opera en función a los espacios vacíos que se conceden por lenidad o apatía. En la historia contemporánea del Paraguay aún queda pendiente la lección de la ilegitimidad del poder solventado sobre la fuerza de las armas. Si en algún momento existió un olvido interesado o deliberado de la obra de Barrett, hoy no existe tal cosa, sin embargo debemos saber que esta reivindicación será insuficiente si no comprendemos a Roa cuando nos dice que la mala memoria es dócil a las intimidaciones de la mala conciencia.
Hermes Ramos Dávalos

BIBLIOGRAFÍA:

BARRETT, Rafael. El dolor paraguayo. Servilibro. Asunción. 2010.
BARRETT, Rafael. Germinal. Antología. Ed. de Miguel Ángel Fernández. El Lector. Asunción. 1996.
BARRETT, Rafael. Obras Completas IV. RP Ediciones/ICI. Asunción. 1988-1990.
LA AURORA. Enciclopedia mensual y popular, de ciencias, artes y literatura. Ed. D.I.A. Bermejo. 1860. Año 1. Nro. 1. Consultada en http://www.portalguarani.com/816__enciclopedia_de_ciencias_artes_y_literatura_la_aurora/22115_revista_la_aurora__numero_1__redactor_en_jefe_y_responsable_diabermejo.html el 14/10/17.
PLÁ, Josefina. La narrativa en el Paraguay de 1900 a la fecha. Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid. Nro. 231. 1969. Consultado en http://www.cervantesvirtual.com/obra/cuadernos-hispanoamericanos-64/ el 10/14/17.
ROA Bastos, Augusto. Hijo de hombre. El Lector. Asunción. 1994.
RODRÍGUEZ-ALCALÁ, Hugo. Augusto Roa Bastos. Premio Cervantes 1989. Ñanduti Vive/Intercontinental Editora. Asunción. 1990.






[1] La denominación se debe a Gualberto Cardús Huerta (1878-1949), quien se refiere a su generación, los nacidos entre el 70 y 80.
[2] Raúl Amaral indica dos niveles en el proceso de influjo español en Paraguay: el primero se inicia en la postguerra del 70, con la llegada de varios maestros españoles hasta Rafael Barrett y Viriato Díaz Pérez. El segundo consiste en la captación del ideario hispánico por parte de los novecentistas. Ver AMARAL, Raúl. El novecentismo paraguayo. Hombres e ideas de una generación fundamental del Paraguay. Servilibro. Asunción. 2006.
[3] A partir del artículo “Lo que he visto” publicado en “El Nacional” el 19/02/1910, se inicia la polémica entre Barrett y Manuel Domínguez, quien responde con “Lo que no ha visto Barrett”. Éste replicó con “No mintáis”, que fue contestado por “Distinguíd”, en que Domínguez ataca a la persona del español, tratándolo de ignorante y calumniador. Véase “Contradicciones ideológicas en el novecentismo paraguayo” de Miguel Ángel Fernández en http://grupoparaguay.org/P_Fernandez_2012.pdf.
[4] Zola publica su artículo “Yo acuso” en 1898, a favor de la causa del militar francés de origen judío Alfred Dreyfus, en pleno debate sobre el antisemitismo. Su intervención fue determinante al momento de influir en el proceso judicial.  A partir de su inocencia, Dreyfus fue rehabilitado en 1906.
[5] Ver Antología de la Literatura Paraguaya de Teresa Mendez-Faith. El Lector. Asunción 2004, Francisco Pérez Maricevich, Roque Vallejo, entre otros.
[6] En sentido epistemológico, la posibilidad o imposibilidad de un enfoque objetivo lleva a la necesidad de superar la oposición objetividad/subjetividad con el concepto de intersubjetividad, fundada en el diálogo e intercambio capaces de producir cultura.
[7] La polémica entre Cecilio Báez y Juan E. O´Leary sobre la figura del Mcal. López es un ejemplo, donde encontramos la confrontación de una línea liberal y otra nacionalista respectivamente, pero aún dentro de la corriente historicista. Véase BREZZO, Liliana. Polémica sobre la Historia del Paraguay. Tiempo de Historia. Asunción. 2008. Como se ha demostrado, Barrett irrumpe notablemente en esa propensión, con su visión social y ánimo denunciatorio.
[8] Carlos Pastore provee una lista incompleta de ciudadanos desterrados en vísperas del levantamiento armado de Concepción de 1947, en que se distinguen más de cien personalidades entre políticos, militares, profesionales, sindicalistas y estudiantes. Ver Prólogo de La fuga de intelectuales. Emigración paraguaya de Andrés Flores Colombino. Ed. del autor. Uruguay. 1972.
[9] Es conocida la relación de tres obras paradigmáticas sobre las dictaduras latino americanas y la visión metafórica que las abarca. Rosalba Campra en  América Latina: la identidad y la máscara. Siglo XXI Editores. México. D.F. 1998, cita como ejemplos: R. Bareiro Saguier, ponencia (sin título) en La letteratura latinoamericana e la sua problemática europea, cit.; Á Rama, Los dictadores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1976; A. B. Dellepiane, “Tres novelas de la dictadura: El recurso del método; El otoño del patriarca; Yo el Supremo”, en Caravelle, num. 29, 1977; M. Benedetti, El recurso del supremo patriarca, México, Nueva Imagen, 1979; B. Fouquès, “La autopsia del poder según Roa Bastos, Carpentier y García Márquez”, en Cuadernos Americanos, num. 28 (1), 1979.

sábado, 2 de junio de 2018

Diplomacia y militarismo: el conflicto por los Saltos del Guairá.



Desde el Tratado de Límites de 1872 hasta el Acta Final del 22 de junio de 1966, “La última invasión. El conflicto por los Saltos del Guairá” (Editorial Arandurã, 2017, 229 p.) de Juan Marcelo Cuenca Torres, relata con precisión y agilidad la disputa territorial desplegada por Paraguay y Brasil en el ámbito diplomático, con énfasis en la ocupación de territorio no demarcado por parte del ejército brasileño. Desde esta perspectiva, encontramos una nueva adición al escaso análisis histórico del periodo comprendido entre 1954 y 1989, dejando patente del ánimo avasallante con que Brasil trató de imponerse sobre los intereses del Paraguay para ocupar la totalidad de los Saltos del Guairá.

No existen dudas respecto a la capacidad de intervención e influencia del Brasil en el escenario de sudamericano desde los respectivos procesos de formación de los Estados-naciones hasta nuestros días. Razones de geopolítica han marcado las relaciones de poder en que cada país hizo uso de sus recursos según sus intereses, lo cual no pocas veces afectó al Estado vecino. Desde principios del siglo XXI, este país ha demostrado una proyección de crecimiento económico, cimentado en su sólida política exterior, hasta el punto de hablarse de su condición de “superpotencia emergente”.

Diplomacia brasileña  
          
Considerando que el conflicto por los Saltos del Guairá fue protagonizado por el Brasil, cabe extender la mirada hasta sus doctrinarios[1] para fijarnos en la obra “Cinco siglos de periferia” del diplomático brasileño Samuel Pinheiro Guimarães, texto referencial y actual en materia de relaciones internacionales de su país. Al momento de ocuparse de los desafíos de la política internacional del Brasil, este autor nos dice que (...) su política exterior logró resultados extraordinarios. Se definieron pacíficamente las fronteras, realización notable cuando se la compara con la situación de otros países, como la India. Se preservó la integridad territorial, hecho sumamente importante, cuando podría haber ocurrido lo que ocurrió con México. Defendió exitosamente nuestra diplomacia, el principio de igualdad soberana de los Estados y contribuyó a la lucha por un orden económico internacional más favorable a los países en desarrollo y a las ex colonias[2].
                
Examinemos las supuestas ansias pacifistas del Brasil para fijar su frontera con el Paraguay. El artículo IX del Tratado Secreto de la Triple Alianza, “siempre en plena fuerza y vigor” según su artículo XVII, declara garantizar la integridad territorial de la República del Paraguay. Esta disposición fue violada por Argentina y Brasil, a partir de la firma de los respectivos tratados que establecieron nuevos límites después de la Guerra. En el caso del Tratado Loizaga - Cotegipe, firmado el 9 de enero de 1872 bajo ocupación militar brasileña en Asunción, el Paraguay perdió a favor del Brasil aproximadamente 62.325 km² de territorio[3].
                
Décadas después, mientras el Paraguay se encontraba en guerra contra Bolivia, el Brasil insiste en continuar los trabajos de demarcación fronteriza que se hallaban pendientes desde 1872. En su libro, Cuenca Torres recoge lo señalado por Efraím Cardozo al momento de realizarse los trabajos de demarcación por parte de la Comisión Mixta Paraguayo-Brasileña[4], cuando en julio de 1934 los representantes brasileños insisten en colocar un nuevo hito en la margen derecha del río Paraná, frente a la 5ta. caída, con lo cual el Paraguay perdería los saltos ubicados por encima, en contrariedad a lo estipulado en el Tratado de 1872. Para ello los brasileños se valieron de una copia fotográfica de un mapa de la zona del Mbaracayú, supuestamente levantada por los demarcadores en 1874, incluyendo la firma del representante paraguayo Cap. Domingo Antonio Ortiz. El autor relata que ante esta situación se ordenó la búsqueda del duplicado paraguayo de dicho mapa (…) y al compararlo con el mapa brasileño, se denotaron graves adulteraciones en éste, tras esto, los brasileños dejaron de insistir con el mismo; Brasil estaba buscando de todas las formas y métodos posibles tentar el error y torcer lo suscrito en 1874[5].
                
Posteriormente, el Brasil tradujo su interés en la explotación energética del Río Paraná al iniciar estudios técnicos unilaterales desde el año 1953. En el caso de las intenciones brasileñas de utilización de los Saltos, la República del Paraguay tomó conocimiento de que el Ministerio de Minas y Energía se hallaba abocado a un estudio preliminar mediante una publicación en el periódico Jornal do Brasil del 13 de febrero de 1963, lo cual motivó la reacción del embajador paraguayo en el Brasil, Raúl Peña, por expresas instrucciones del Canciller Nacional Raúl Sapena Pastor, iniciándose  de esta manera el largo litigio diplomático entre los dos países. El Brasil no fue capaz de comunicar formalmente a su país vecino sus pretensiones sobre el río compartido en que se establece su frontera natural.
                
De esta manera, se constata fácticamente que en el caso de las relaciones con el Paraguay, los diferentes gobiernos del Brasil no demarcaron pacífica su frontera, ni se acogieron al principio de igualdad soberana de los Estados, ni contribuyeron a un orden económico favorable cuando buscó la explotación unilateral de los Saltos del Guairá. Aunque el falaz enunciado de Pinheiro Guimarães carece de objetividad y fundamentos (con más razón considerando la comparación con India y México), su libro del año 2005 debe ser observado con detenimiento, considerando que su autor ejerció el cargo de Secretario General del Ministerio de Relaciones Exteriores hasta el 2009, siendo luego Ministro de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la República Federativa del Brasil.
                
En plena Guerra Fría: dos potencias, mismo criterio.
                
En “La última invasión” encontramos que la causa paraguaya contó con la simpatía de la Unión Soviética en plena Guerra Fría, al referenciar el discurso de fin del año 1963 en que Nikita Kruschev expone un mensaje anti bélico rememorando la Guerra del Paraguay y su población dramáticamente disminuida. Según lo relata Cuenca, estas palabras tuvieron eco en Itamaraty cuyos portavoces alegaron que el premier soviético tuvo la mala inspiración de exhumar el episodio de la Guerra del Paraguay, en el momento justo que estamos haciendo tentativas con ese país para la construcción de la usina de Sete Quedas, con lo que se excita el sentimiento nacionalista paraguayo, y coloca el problema en un ángulo francamente incómodo para la posición histórica brasilera[6].
       
Siguiendo el relato cronológico, encontramos en 1965 el año más convulsionado del conflicto, considerando la ocupación de territorio litigioso por parte de tropas brasileñas y el apresamiento de una comitiva paraguaya en octubre de ese año. El casus belli estaba instalado y el Paraguay debía agudizar su práctica diplomática de manera a seguir bregando por su soberanía e integridad territorial sin propiciar el enfrentamiento armado.
               
En esa secuencia de hechos, Cuenca Torres nos ilustra sobre la breve pero significativa visita a Asunción de Dean Rusk, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos de América, en fecha 24 de noviembre de 1965, cuyas palabras discursivas fueron recogidas por la prensa escrita según se lee: Paraguay y Estados Unidos están trabajando juntos para labrar la felicidad de los pueblos, y que ambas naciones estaban en absoluta identidad en cuanto a los problemas internacionales[7].

De esta manera, se comprueba que más allá de las diferencias en las líneas de pensamiento político y en pleno auge del militarismo, la comunidad internacional coincidía con la causa paraguaya.
                
Más de cincuenta años después del conflicto por los Saltos del Guairá, hoy cabe celebrar la actuación de la diplomacia paraguaya que con su metódica actuación, revirtió un intento de despojo territorial conduciéndolo a un emprendimiento binacional altamente técnico en beneficio de los dos países.

Hermes Ramos Dávalos




[1] Algunos ideólogos de política internacional cuyas obras merecen atención son Golbery do Couto e Silva, Helio Jaguaribe, entre otros.
[2] PINHEIRO Guimarães, Samuel. Cinco siglos de periferia. Una contribución al estudio de la política internacional. Prometeo Libros. 2005. Buenos Aires. Pág. 167.
[3] BOGADO Rolón, Oscar. Sobre cenizas. Construcción de la Segunda República del Paraguay – 1869/1870. Intercontinental Editora. Asunción. 2011. Pág. 76.
[4] Según el Protocolo de Instrucciones para la Demarcación y Caracterización de la Frontera con Brasil del 9 de mayo de 1930, el objeto de la Comisión consistía únicamente en reemplazar los hitos de la misma frontera que hayan desaparecido y de colocar hitos intermedios que fuesen juzgados convenientes. Ver DEBERNARDI, Enzo. Apuntes para la historia política de Itaipú. Ed. del autor. Asunción. 2010. Pág. 43. También CARDOZO, Efraím. Los Derechos del Paraguay sobre los Saltos del Guairá. Asunción. 1965. Pág. 147.
[5] CUENCA Torres, Juan Marcelo. La última invasión. El conflicto por los Saltos del Guairá. Editorial Arandurã. Asunción. 2017. Pág. 36.
[6] Op. cit. Pág. 80.
[7] Op. cit. Pág. 139.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Disección en plena convulsión: el Gobierno de Liberato Rojas en análisis.





El 1910, a puertas del centenario de la Independencia del Paraguay, el ambiente político se mostraba poco propicio para una convivencia segura, cuando el orden público era amenazado por quienes en teoría, deberían propiciarlo. En este marco, Luis María Duarte, autor de “Política y Diplomacia durante el gobierno de Liberato Rojas” (Intercontinental 2016), nos legó un libro que condensa las prácticas políticas más oportunas y la única diplomacia posible en medio del caos.

Trazos de una política desdibujada

En otro libro de reciente edición, “La travesía liberal del desierto”, la referencia sobre la actuación del Partido Liberal durante el gobierno de Alfredo Stroessner, se explica al decir que La historia del liberalismo en la segunda mitad del siglo XX es una compleja amalgama de actos heroicos de resistencia y de reiteradas traiciones.[1]
 
Esta sentencia resulta fácilmente aplicable al Partido Liberal también a partir de 1904. Desde el Pacto de Pilcomayo que sitúa por primera vez a un empresario como Presidente de la República, cuyo soporte político lo destituye después de un año de ejercicio, la dinámica intra e inter partidaria además de la infiltración militar en política, marcaron el ritmo de la agitada vida política del Paraguay. A partir de entonces, las dos facciones: cívicos y radicales, protagonizaron uno de los periodos más convulsionados de nuestra historia, en un ida y vuelta de levantamientos armados contra los gobiernos de turno.

Encontramos entonces un periodo sustancioso para el análisis histórico, poco explorado por la historiografía hasta ahora, que nos encontramos con la retrospectiva de Luis María con énfasis en la gestión de Liberato Rojas, un gobernante circunstancial con variable sostén político y dos frentes bélicos levantados en su contra en un ambiente de conspiración permanente.

Y aún en este contexto podemos preguntarnos ¿Qué motivó al autor para la elección de este tema? ¿Por qué Luis María prefirió analizar un gobierno liberal?

Pero este planteamiento es simplista y limitante, y si nos circunscribimos solo a esto, podemos cercenar el alcance de la investigación del autor y perdernos en lo anecdótico. Tratando de interpretar algo más, nos situamos en la perspectiva del autor para desentrañar su visión original.

El primer trabajo de investigación de Luis María trata sobre la misión de José Irala como embajador plenipotenciario del Paraguay ante Austria Hungría, Alemania, Países Bajos, Italia y Suiza[2]

Para el año 1903, esta misión representa un avance histórico de la diplomacia paraguaya, una nueva proyección de las relaciones internacionales ante los países de Europa Central. Sin embargo esta apertura diplomática que debió integrar una política de Estado, fue cortada abruptamente a partir del régimen Liberal iniciado en 1904. 

Esa representación no tuvo designación hasta 1910. Y entonces, el cargo fue utilizado como método de elegante alejamiento de líderes sectarios que representaban una amenaza para los gobiernos (Manuel Gondra quiso enviar a Albino Jara y luego éste envió a Carlos Goiburú). Aquí encontramos una equiparación de las misiones diplomáticas con los exilios políticos, los llamados “exilios dorados”. He aquí, el fenómeno, una función política del Estado a nivel internacional, tan relevante, utilizada como método de supervivencia del gobierno o como moneda de cambio entre sectores políticos. Hasta podría decirse que se trata de una práctica común en nuestros días.

En este contexto, cabe preguntarse dónde estaba el Partido Colorado durante todo este periodo. Como cualquier otra agrupación política, se encontraba latente al acecho del poder. Si bien a partir de 1904 varios dirigentes colorados fueron exiliados, otros quedaron a colaborar con los gobiernos liberales. En esos años de inestabilidad, los colorados exiliados también tuvieron su oportunidad de conspirar aliándose con los referentes cívicos del momento.

Pero el protagonismo político más notable del Partido Republicano después de 1904 surge a partir de la convención de diciembre de 1910. Con el retorno de sus históricos líderes, los Grales. Bernardino Caballero y Patricio Escobar, se reorganiza la Comisión Directiva y nuevos actores de peso intelectual emergen en escena.

Aquí encontramos el principio activo de toda actividad política: la lucha por el poder y el afán de conservarlo. La oportunidad para que el Partido Colorado ocupe mayor espacio surgió a partir de la anarquía propiciada por las fuerzas gondristas y jaristas alzadas en armas en Ñeembucú e Itapúa respectivamente.

De esta manera, el liderazgo de Bernardino Caballero alcanza su última capacidad operativa, pues fallece en febrero de 1912 por causas naturales. En este apartado del libro, el relato sencillo y directo sin ampulosas descripciones, lejos de la hagiografía, deja percibir el ambiente de admiración y respeto de parte de todos los sectores hacia la figura de Caballero. Luis María relata que el apoyo oficial del Partido Colorado al gobierno de Liberato Rojas se concreta el día que Caballero había llegado a Asunción, y así también, la acción de situar en la Presidencia de la República a un colorado es tomada por la dirigencia el mismo día de su muerte. Asume entonces Pedro P. Peña, único paréntesis de gobierno de la Asociación Nacional Rrepublicana en las casi 4 décadas de régimen liberal.


La inestabilidad se refleja en el exterior
 
Las relaciones internacionales fueron objeto de cuidado para Don Liberato. Sin embargo, los hechos impusieron sus efectos sobre cualquier intento de agenda diplomática, lo cual se refleja en la sucesión de cuatro Ministros de Relaciones Exteriores en casi siete meses de gobierno.

En julio de 1911 fue designado Canciller el Dr. Teodosio González, quien ante la controversia de límites con Bolivia dispuso una comisión al Chaco para una inspección “in situ” ante una posible ocupación boliviana. Durante esta gestión se realizó el último intento de solución de la controversia chaqueña mediante la negociación, antes de recurrirse a la vía jurídica para luego desembocar en la guerra, que de alguna manera fue anunciada por González. Las fuertes desavenencias con el Ministro del Interior Alejandro Audibert respecto al asunto con Bolivia, motivaron su renuncia.

La Cancillería vacante fue aprovechada por Rojas al momento de intentar un acercamiento con el sector cívico liberal, designando como Ministro a Carlos L. Isasi, líder de esa facción. Desde entonces se proyecta un nuevo entendimiento con el gobierno de la República Argentina, orientado a una normalización de las relaciones, ya que se consideraba que este país prestaba apoyo logístico a los rebeldes gondristas en contra de Rojas. Sin embargo, en diciembre de 1911, Isasi renuncia como consecuencia de la ruptura del pacto entre el Gobierno y el Partido Liberal Democrático.

Antolín Irala asume entonces el Ministerio de Relaciones Exteriores durante cuarenta días. En este breve lapso, Irala dejó testimonio de su política de ampliar las representaciones diplomáticas en el extranjero, al presentar un proyecto de ley que separaba la Legación paraguaya en el Plata, creando así dos representaciones: en Buenos Aires y en Montevideo. Pero la situación con Argentina tendió a empeorar hasta la ruptura de las relaciones y la posterior renuncia de Irala, luego del intercambio de varias notas con fuertes acusaciones mutuas.

Finalmente, con la designación del Dr. Federico Codas como Ministro en enero de 1912 y la actuación de Eduardo López Moreira y Fulgencio R. Moreno, se restablecieron las relaciones diplomáticas con Argentina.

La gentileza intelectual de Luis María nos dejó una segunda obra póstuma, la disección de un periodo poco explorado que nos presenta a sus actores, caudillos y secuaces al decir de Bertrand Russell: hombres imperiosos y serviles, todo lo cual hoy en el presente debe ser instrumento útil para de alguna forma, tratar de dignificar la labor del político como hombre público, pero con el riguroso y total apego a las instituciones democráticas.
Hermes Ramos



[1] Boccia Paz, Alfredo. La travesía liberal del desierto. Los partidos liberales durante el gobierno de Stroessner. Servilibro. Asunción, 2016. Pág. 18.
[2] José Irala. Política y Diplomacia paraguaya a principios del siglo XX. Intercontinental. Asunción, 2014.